Siempre

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domingo, 8 de mayo de 2011

Diario de una lesión III (al fin numerado)

Tras de dormir -es un decir- boca arriba y con la pierna que duele doblada con la rodilla apuntando al techo, me levanto con mucho dolor. Me da miedo "recostarme".
Por eso llevo casi cinco días sentada en este sillón, resto del juego de sala anterior. Parezco un gran Niño de Atocha greñudo. Nomás me falta el sombrerito y el báculo que siempre he pensado que es un bordón porque el niño es Niño Scout de Atocha. Me acuerdo de Fredy, mi sobrino, un día en que Pau y Manny no lo dejaban jugar porque estaban en un "juego de grandes" (ellos ya tenían cuatro años", y acudió a mí, que estaba haciendo algo de más grandes. Para entretenerlo lo puse a jugar al Niño de Atocha: lo senté en una silla artesanal tamaño pediátrico, le puse u sombrerito de palma y le di un palito. Cuando llevaba media hora ahí sentadito me preguntó qué seguía y le dije que ya había terminado y que había ganado.
Tal vez no me gane la santidad sólo por estar aquí sentadota, pero he descubierto que hay un aparato maravilloso con el que podemos peparar una comida completa en ocho minutos y que la colageína, si la tomas, te quita diez años de encima, y lo horrible que es depender de todos para todo.
Y para más méritos, que conste en el Vaticano que me siento sobre mis cachetes inyectados y que las pinchaculinas siempre me han dado mucho horror.

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