Siempre

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martes, 10 de diciembre de 2013

Las pastillas pegadas y la histeria

Y que nos cae diciembre de nuevo. Y digo nos cae y no me cae porque: a) me cae se oye feíto y b) nos cayó a todos, no sólo a mí.
Me agarró en curva. Participé en una expo-venta de cuadros y hube de estar dando vueltas a la Casa de la Cultura donde fue, menos mal, aquí en el pueblo. Cada que iba me sentía como de pinta, porque tenía (y tengo) harto trabajo. Es bueno que lo tenga porque a) me caen unos morlacos para navidad, b) aprendo, sobre todo en este tema, el del capítulo cuatro, que me concierne: "anemia hemolítica autoinmune"; es un poco la vanidad de que hablen de una en los libros, aunque no pongan mi nombre, sé que soy yo, como cuando nos reconocemos en la novela de un amigo/conocido (o enemigo que es peor porque nos pone como el perico) y c) porque tengo pretexto para estar histérica a gusto y no ponerme a hacer la parafernalia navideña. ¿Cómo hacer monerías gastronómicas y compras astronómicas con tanto trabajo? Pero me daré tiempito, cómo no, para hacer las galletitas, comprar el pavodonte... Árbol no pondré, puse unos cuantos monigotes y un micro-belén liliputiense en ocho minutos y medio. Y como no podemos dejar sin visita de Santa Claus a los infantodontes, surtiré sus cartas que constan de juegos variados de vídeo, unos tenis, un brazo para micrófono especial, una mesita de madera donde quepa la computadora grande y los rellenadores de calcetas (stocking stuffers) que sean mi voluntá.
Y es que, ya que vamos de diagnósticos, Diego (hijo al fin y al cabo) dijo que ando histérica por que se me junta en lavado con el planchado (observador el chamaco). Sí, por ejemplo hoy: Miss Oaxaca Jr, Maistro Francisco arreglando el techo, con las consiguientes idas por material, revisiones del estado de la obra, abrir y cerrar portón; clientela humana y canina a comer. Pero parece que es mi estado normal, sólo varía la causa. Me pongo de los nervios si tengo mucha chamba y si no tengo pues también aunque haga adobes, es decir, trabajo del no remunerado. Menos mal que tengo pretextos que si no, me calificarían de loca natural y eso sí que no, lo mío no es natural. Nunca.
Para pintar me hago espacio, pero sólo en el taller, nunca en casa. Hice unos pescados que me quedaron a todo dar, luego se me ocurrió hacer unos pequeños y pegarles en el cuerpo un montón de pastillas, comprimidos y píldoras caducas que ya tiraba el esposo, tan lindas, de colores y formitas, y otras que me regaló una amiga a mi petición. Estoy pintando por encima de las pastillas y el profe me pregunta que cómo llamaré a esos cuadros. Pensé un poco y le dije: "Doctor Salmón". Todo vuelve a la base, a la familia. Qué bonito.
Pero siempre hay cosas sabrosas y relajantes en puerta, o en ventana, según. Comidota de mi cumpleaños con mis compis; otra con la family. De viaje creo que este fin de año no habrá, o al menos no planeado, y no me importa, con lo que me gusta estar en mi casa de barro y chuchos. Mejor me tomo mi ponche o mi chocolatote allá atrás, en la discopulquería, para que el esposo tenga pretexto de encender su estufa-chimenea antigua de fierro. Esa, la que era de su padre. Con esa chimeneíta y un buen libro (y un licorsín) qué me dura el frío.
Y ya que empiece enero, que es como una mañana muy larga en la que no acaba de salir el sol, retomaré una novela que tengo en pedacitos, la pegaré como las píldoras de los pescados.
Sabiduría decembrina (de pilón): denle denle denle no pierdan el tino.

domingo, 27 de octubre de 2013

Dos meses y Doña Sara

Y que de repente voltea una y se le han ido más de dos meses.
De los cuales se pasó una unas semanas metida en un agujero negro, como esos de la astronomía o peor, como los de la ciencia ficción que todo se tragan y no dejan ni respirar ni permiten que entre el más mínimo atisbo de luz. De esos sitios oscuros, densos, de donde se sale a cuenta gotas y sudando, cuando cree uno que salió. Por estar ahí sumida tuve que cancelar mi viaje con la consabida pérdida económica y emocional. Pero aprendí. Como dicen, se sufre pero se aprende y hasta se adelgaza, pregúntenle a mis jeans. Malo que no aprendiera una ni a madrazos. Porque la vida es así: está una muy refeliz contenta y bullanguera pensando que es jauja y de repente !zaz! nos da una patada en el culo y, como no puede esperar una sentadota a que el universo arregle todo como muchos dicen, ponemos manos a la obra y tratamos de arreglar la bronca, salir del lío, ayudar al emproblemado cuando tan cercano es. Nos angustiamos, lloramos dormidas y despiertas, nos mortificamos, no estamos para nada más porque el dolor, cuando es tan grande, sea físico o no, ocupa todo y sí, sufrimos.
Por eso hice el solemne juramento de nunca, bajo ninguna circunstancia, ni bajo presión o tortura volverme a burlar de Sara García. Lo que pasa es que sin conocer sus dolores se cree una que son vaciladas y exageraciones pero no, no.
Entonces, estando en ese estado azotado y sufridor, me puse a hacer mi autorretrato en plan catarsis. Como me había dado de baja en el taller para irme, según, de viaje todo el mes, lo pintaba aquí en mi atelier -ese cuarto mío donde hago, escribo, pinto, coso y desparramo- sola. Me dediqué a emplastar mis famosos embadurrnes y, claro, se quedó a la mitad o a tres cuartos más o menos. Tenía el fondo, el pelo y mi suéter, que pinté en camouflage para que se me reconociera. Tenía la mano que tapa la mitad de la cara y me asomaba al espejo del ropero de mi abuelita para verme, como a metro y medio de mí. Volví al taller a principio de octubre y terminé el retrato de Chicha, que como ya había pintado a la gatita y a Chika me lo reclamaron mis hijodontes. Luego me llevé mi inconcluso retrato y comencé a sufrir. El profe me dio un espejo medianito que tiene para esos menesteres y ahí me tienen viéndome. No es lo mismo verse de volada para que los pelos estén más o menos aplacados y ponerse una rayita y rímel que observarse con detenimiento para copiar los propios rasgos. Como me quedara quieta sosteniendo el espejo en mi mano, el profe me pregunta si necesito algo. Sí profe -le respondo con voz angustiosa- bótox. ¿Algún cirujano plástico en la audiencia? El profesor se ríe, claro, es más vetarrín. En serio, profe, mi cicatriz de la frente, esa que aunque nadie me crea no sólo no me acomplejaba sino que me enorgullecía junto con otras heridas de la guerra (de la guerra que me decidí a sostener cuando era niña y adolescente); esa que llenaba mi madre de crema de concha nácar todas las noches con al esperanza de disminuirla; esa, la que me copió el Harry Potter, se me está perdiendo pero entre las marcas de expresión (lindo eufemismo dermatológico para decir arrugas). Total me deprimí bastante. Por la tarde acudí a un restaurante con mis amigas de la prepa y me divertí mucho, tanto que me desdeprinmí bastante. Luego me encontré un libro de Marcela Guijosa que me iba a servir mucho y lo devoré. Lo había leído cuando salió, pero ahora me venía como anillo al dedo: "Mujeres de cierta edad". Gracias Marcela, hasta estoy pensando invitarla a darnos una plática. Para eso son las sabias, para compartir sus sapiencias con otras mujeres.
Y como sigo sin saber qué me depara el futuro -si lo hay. laboral, pondré mi anuncio en la puerta, como esos de "se aplican inyecciones" o los de "se forran botones" que había en las vecindades de mi vieja colonia Roma Sur: Se hacen autopsias artísticas, se sacan muelas a domicilio, se traduce de oído y de escrito, se resucitan muebles viejos, se pintan murales con motivos originales, se bañan chamacos, se hacen ollas de fabada sobre pedido, se reciclan latas, se educan pericos, se cuecen habas como en todos lados.... A ver si algo me cae.
Sabiduría de los dos meses: Cuando el barco se hunde no son las ratas las que primero huyen.


viernes, 23 de agosto de 2013

Puebla y congojas ajenas

Pues resulta que una servidora se unió al grupazo de sus amigazas de la preparatoria para ir a Puebla. No es que eligiéramos esa ciudad como destino turístico en especial o por algún interés, sino que tres de ellas, que viven allá y siempre vienen a las fiestuqius aquí a la capital nos invitaron. Pues allá vamos, unas en sus camionetas, otras en sus coches, y yo en el autobús con una patrulla de diez muchachas. Corto se nos hizo el camino por ir cotorreando alegremente y llegando allá comenzó la fiesta desde el momento en que nos recogieron en autobús mágico hasta la despedida. Fue como cuando jóvenes y solteras viajábamos en bola: padrísimo. Hubo de todo: deliciosa nadada, opípara comida, fresca bebida, vacilón, paseo, carcajadas. Regresé al otro día con pila renovada, ánimo en el cielo y ganas de más. No tengo  llenadero, como decía mi abue.
Dos días antes de irme me dio un ataque de dolorazo horrible, más o menos como el que tenía a dos meses de mi lesión, y me entró pánico: aparte de no ir, de regresar a tan horrorosa dolencia.  El viernes me quedé quieta, quieta haciendo cosas sólo con mi manita derecha y recostado todo lo demás junto a mi gatita que dijo: "vamos a reposar". Me retaqué de medicamentos y de optimismo y me alivié oportunamente. Mis amigas me cuidaron y consintieron mucho, hasta vinieron por mi mochila y mi guitarra para que yo no cargara nada. Con amigas así llega una a la luna.
Y pusimos y quitamos exposición en la casa de la cultura Reyes Heroles en Santa Catarina, Coyoacán. Duró quince días y ¡oh surprise!, acumulé varias ofertas de compra de algunos cuadros, lo cual me halaga bastante, y dicho lo cual seguiré pintarrajeando sobre cuanto medio se me atraviese. Ofrecieron buenas sumas que caen bien para acabalar el estipendio. La obra de mi santa madre fue muy festejada.
Y con tanta cosa deja una las penurias, congojas, cuitas y desaguisados en el pasado por reciente que sea, y se olvida de que la gente caca le quiera embarrar a una de su pestilencia. Bueno, hasta se quitan las ganas de decirles "os lo advertí y vos os entercásteis en llevar a cabo tal disparatada idea", "Os lo avisé pero vuestra necedad es tan grande como vuestra estupidez, ignorante de la vida"; "os previne, pero hacéis oídos sordos a todo lo que escape a vuestra oligofrenia". He dicho (amén). No cargaré con penas ajenas, no me amargaré la vida por consecuencias de actos ideoceos. Olé. Ni siquiera necesito poner océano de por medio pero lo haré, cómo no. Si ya tengo casi todo listo para decir agursito.
Y la Disco-pulquería, que así quedó, lista para recibir a cuanto fiestero se atenga a las consecuencias.
Sabiduría de la quincena: No es verdad que los dentistas les pagamos a los empacadores de frijoles para que coloquen piedrecillas en su producto.





lunes, 5 de agosto de 2013

Como andar en bicicleta

Fui a la boda. Ir implicó un avión a Monterrey donde me recogió el marido/auriga para dirigirnos a la frontera y de ahí continuar tres horas más al norte. Llegamos ya anocheciendo y con un hambre que nos llevó sin necesidad de brújula a nuestro carnívoro restaurante y steak house favorito. Fue una comilona tal que nos hizo olvidar las penurias del camino y nos pintó una sonrisa de oreja a oreja. Yo dije "this is the best meal ever". Así, entre suspiros de satisfacción (creo que ni Diego eructó), pasamos a recoger unas cosas que tenía yo encargadas y a dormir. Al otro día nos dirigimos al B&B donde se realizaría el evento, que está enclavado en la campiña texana, muy bucólico y rústico. Vinos la fauna que eran dos gatos y algunos bichos entre los cuales no sentí moscos. La ceremonia fue muy distinta a lo que se usa por aquí, tan emotiva y amorosa que me dieron ganas de casarme, deveras. Después la cena, la pool party con tanta gente linda y subir varios niveles de escaleras de madera a nuestro cuarto que era un ático enorme con muebles antiguos. La cama era la auténtica cama de plumas de la abuela, enorme y gorda, con algo de inclinación hacia la cabecera, es decir, favorecedora de hernias hiatales yo creo, porque para esos padecimientos las ponen  al revés. Pensé que iba a dormir mal, pero sería el cansancio, sería el cava tan buenito que nos dieron, dormí divinamente. Al otro día nos despedimos tras de pagar más caro que el Hyatt Barcelona.
Y a las dos semanas resulta que a Diego, el más pequeño de mis hijos, le entregaban su Roverato Scout y uno, como progenitor, ha de ir. La cosa fue en Meztitla, el campo escuela scout, y la idea era acampar. Algo de miedo me dio, dado el estado de mi disco vertebral rayado en la cara A, e indagué sobre hoteles en Tepoztlán, el pueblo contiguo. Hay de dos: spas "holítsticos" vegetarianos con temazcales y temezcales,  masajes nosequé, como para hippies millonarios y sus señoras new age, carísimos, u hostales jiotosos con baño compartido, así que saqué una tienda de campaña adecuada, sleeping bags, comida, estufeta, en fin: desempolvé mi equipo de acampar. Llegamos tras de comer en Cuernavaca y montamos todo en un santiamén. El esposo/sherpa cargó más que yo, y estaba muy preocupado por mi herniesita, a la cual por cierto después de tanto ya debería poner nombre. Se aceptan sugerencias.
Una vez instalados, nos sentamos al frente de la tienda en sendas sillas plegables de campo (una que es previsora y se procura comodidades) y nos dedicamos toda la tarde al perdido arte de conversar viendo pasar manadas de lobatos. Estábamos como esos viejitos de tierra caliente que sacan las sillas al porche de la casa, muy agusto. La amenaza de lluvia se retiró y hubo sol que resaltaba el verdor de estos veranos lluviosos de por acá.  Mientras anochecía empezó el show de las luciérnagas, primero una, dos, tres tímidas por aquí y por allá. Hacía años que no las veía, y al rato eran muchísimas. Estuvimos ahí embobados y nos tomamos una copa (es un decir, un vaso de plástico anaranjado) de vino rosado. Fue el mejor día de la vida. Luego me uniformé y a la ceremonia y comenzó a llover... unas gototas, un aguacero, rayos, truenos. Las antorchas no se apagaron totalmente pero disminuyeron su llama. Nosotros nos escondimos tras de unas rocas ya con nuestras mangas de hule y llegó el susodicho con los ojos vendados guiado por su padrino en este menester. Fue muy emotiva y muy importante. Al final Diego me vio, y cómo no, si medía yo dos metros de orgullo y estaba como decía mi abuelita; ancha de gusto. Los relámpagos los puso Spielberg muy atinadamente porque resaltaban las partes más fuertes de la ceremonia. Al terminar el aguacero arreció convirtiéndose en tormentón típico de Morelos y nos fuimos a hacer un micro brindis (un trago cada uno, una botella de vino para todos). Cuando amainó como a la una y media nos fuimos a nuestra tienda temiendo hallarla inundada pero no; a pesar de que atravesamos el campo convertido en río, estaba seco todo adentro.
Puse mi sleeping encima de un colchón playero inflado y dormí tan mal o tan bien como en cualquier otro sitio. De todas formas diario duermo en la cama de piedra de José Alfredo. Me levanté jirita, sin dolencia alguna, y eso me hizo muy feliz. Fue la mejor mañana e hicimos los mejores huevos con chilorio del mundo y bebimos el café más delicioso. Desmontamos el campamento  no dejamos ni una brizna de basura y nos fuimos con todo el hijo a casa donde llegué a lavar ropa (muy) sucia y a guardar cosas.
Acampar, entre otras cosas, es como andar en bicicleta: no se olvida.
Y me he hecho esa idea. ¡Este es el mejor día de la vida. Por ejemplo  hoy llevé la camioneta a verificar y fui al Sam's, todo en una hora exactamente. Qué bien me fue.
Y  los que me faltan....
Y que ustedes los vean.


sábado, 6 de julio de 2013

Bajo el volcán

Luchando me encuentro contra las inclemencias de la lluvia y del volcán. Contra esa ceniza, finísima arena como de lija del doble cero que empaniza los coches, cubre los suelos y se mete a los ojos como si quisiera que no viéramos los desmanes que hace por doquier. Lucho contra las siete plagas de Coyoacán, hormigas y delgado incluido. De todo esto tengo que deducir que si no soy una luchadora, por lo menos soy bastante luchona y como siempre digo que no hay peor lucha que Lucha Villa, seguiré.
Trabajar por mi cuenta siempre tuvo sus "pros and cons": puedo hacer mi trabajo "tranquilamente" desde mi hogar lo cual era una gran ventaja cuando los hijos eran pequeños y demandaban tanta atención; pero eran esas mismas demandas las que entorpecían mi labor. Ahora llevo unos meses sin trabajo y mis dudas, como freelancera, son: ¿Estoy entre trabajos? ¿Estoy de vacaciones? ¿Me voy a retirar? Esas son las incertidumbres. lo que sé de cierto es que no tengo Seguro Social, pensión, y demás prestaciones de ley. Menos mal hemos estado previendo algo, no somos tan tarugos.
Mientras mi situación se decide yo, que soy tan mona, hago lo más que puedo. Estoy pintando mis animales, no crean que hallarán al gato en tie-die y al perro en colores psicodélicos tipo Combi, no, hago sus retratos al óleo. Terminé el de Sushi Pachita (gato) y estoy en el de Chika (perro Box Perrier). He estado barnizando ladrillo, puliendo cosas, arreglando -componiendo me gusta más, así decía mi abuelita-, colgando, repellando, adaptando. Una vez mi suegro me regaló la cabecera y piesera de una camita antigua para niño (para o niño antiguo, claro), de fierro con algo de latón y remaches de plomo amoldado. Estaba la pobre hecha garras pero la he limpiado con medio limón y bicarbonato como me enseñó mi papá , lijado, tallado hasta dejarla decente, no sin dejar de pensar que seguramente era cama de orfanato y que tal vez algún chamaco murió en ella de difteria, fiebres intermitentes o sarampión en aquellos tiempos preantibióticos. Mi marido/carpintero le hizo su armazón y con tablas un buen asiento en el que caben dos personas o un gordo. Ya sólo me falta elaborarle un colchón/cojinsote y quedará un trono digno de la Gata Hari o de la mismísima CleoPetra.
También hice un descubrimiento arqueológico aquí en Coyoacán: hallé al dios Popocácatl, que en castellano significa "a cagar a su casa". Tiene relación con el Popcatépetl por aquello de las emisiones.
Y yo, que soy tan dormilona que nunca llegaba a ver el Grito de la Independencia porque era a las once y yo azotaba mucho antes, he estado sufriendo de un insomnio desvelado. El marido ya ronca y va por el segundo sueño de bartiaventuras, y yo sigo leyendo. Ya es tarde -me digo al ver el reloj- y procedo a apagar la luz. ir al baño, y acostarme con mi consabido almohadón entre las rodillas, secuela de mi famosa hernia discal. Y nada. Y nada. Que me dan las mil y ahí sigo dando vueltas. Juro que no pienso en tal o cual preocupación, de hecho me hago trucos de pensamientos monótonos y aburridos para arrullarme, pero me tardo  muchísimo. Me levanto temprano. Llevo dos noches tragándome un sirope embijoso que se llama Pasiflorine a ver si así, no quiero entrarle a las píldoras. Me preguntan qué pasa y me acuerdo de aquella tira de Mafalda en que dicen que qué pasaría si estuviera todo aquí y alguien alucina con Los Beatles, Jerry Lewis, el Kremilin... tal vez eso sea lo que tengo, una bola de bronquitas que ya juntas me echan montón, me atosigan o como dicen ahora, me hacen "bullying".
Pero como los kilómetros se hicieron para alejarse, los usaré. Pondré millas y leguas entre esos problemas y yo. Me iré con un señor que a veces me desespera, que tiene un genio de los mil demonios, que es un apresurado y que en el millón de años que tengo con él jamás me ha decepcionado ni un quinto.

lunes, 3 de junio de 2013

Lo cotidiano

Se me ha pedido que cuente de mis aventuras en lo cotidiano. No sé qué tanto se apegue a la cotidianidad lo que he estado haciendo estas últimas tres semanas: remodelaciones de casa. Resulta que hasta atrás del  terreno había lo que llamábamos la pulquería: un espacio con piso de barro, techo de tejas, de doce y medio por cinco metros, cuarto de trebejos incluido. Ha sido usado, dicho lugar, para fiestas, comidas, paellas, asados y taquizas, ahí fue el festejo de los ochenta añitos de mi mami. Se hacía el taller de autobiografía de Marcela Guijosa; ha sido asiento de pernoctadas de scouts y no scouts, de juegos de rol, de trabajos escolares y, cuando el cielo me dice que es un crimen estar encerrada, se ha convertido en improvisada oficina canpirana. Como da todo al jardín, es parte de él. Pero cuando llueve, si el aire inclina la lluvia, se moja todo y todos; cuando hace frío de todas maneras carga uno platos, vasos y botellas y se mete a la casa y, para ir al baño, había que atravesar el jardín lloviendo o no.
Entonces nos decidimos a hacer algo que planeábamos desde hace tiempo: cerrarlo con herrería y vidrio de manera que siga siendo parte del jardín pero resguarde personas y cosas de la intemperie y hacer un baño de visitas. Ya está. Ahora estamos pintando paredes y detallando, mi marido/maistro con un aspersor tipo paint-zoom que es su nuevo juguete favorito, yo con brocha y cepillo; barnizando muebles e instalando la estufa de hierro antigua que era de mi suegro (la de mi papá, que también la tengo, quedará de adorno). Menos  mal ya no tengo a los herreros, el albañil, el plomero, que ya parecía campamento de la sección 22 de la CNTE.
Como estuvimos encerrados a querer y no, fuimos a la Feria de las Culturas Amigas en la avenida Reforma. En el camino hubo pleito, mi marido/chofer casi choca por esquivar un ciclista que salió de la acera hecho la mocha a la calle y le gritó un improperio. En el siguiente semáforo el ciclista lo alcanzó y le dijo "la $%& es tu &/% madre" y siguió pedaleando despacito. Era un hombre joven, de unos treinta años, alto, fuerte. Sobra decir que mi marido/Kid Louis se bajó y se lo agarró a tortas. Volaron las gafas (del ciclista, no las de mi marido/Mil Máscaras y me di cuenta que con el tipo venía un perrote que salió corriendo con todo y correa. Una vez golpeado el tipo, los vendedores y transeúntes de esa esquina aumentaron su vergüenza con su desaprobación y nos fuimos. Yo creo al ver calva, lentes, canas, se pensó que era un viejillo al cual podía insultar impunemente. Quedan vengados todos los señores calvos y canosos.  En Reforma había mucha gente y los stands son pequeños para atender al público así que sólo compré en el de Francia un salchichón (exquisito) y un vino (no le he probado). Para comer íbamos a Polanco a un restaurante pero fuimos a dar al final al Centro Asturiano. Es bueno ir a dónde sabe. uno que comerá perfectamente y donde lo recibe a la entrada la estatua gigante de Don Pelayo que bien podría ser Diego: enorme y con el mismo peinado y las mismas barbas. No se cree, pero es por esto que Don Pelayo me inspira sentimientos maternales.
Y como les recomendé a mis compañeras de la prepa una señora que hace comidas a domicilio, acabé siendo parte de la organización de la pachanga, No me gusta porque siempre queda una como el cohetero. Última vez, palabra (de organizar, porque de ir seguiré yendo; son el grupo más divertido y querido).
De libros dos: Cometas en el cielo y Mil soles espléndidos, ambos de Khaled Hosseini, afgano, prestados por mi prima Lourdes. Soy famosa entre otras tantas cosas por devolver libros prestados, así que no corre riesgos mi prima amada. Recomendables las dos novelas, y se entera una de todo por lo que ha pasado ese pueblo.
Sabiduría de la quincena:  Hay bichos malos que sólo se retiran para dar el topetazo, como las cabras, los chivos y algunos humanos. Tener cuidado con esto.





lunes, 6 de mayo de 2013

Guadalajara en un llano

Volviendo del taller de pintura paré en el mercado a preguntar por una gatita que tuvo gatitos (raro sería que hubiera tenido periquitos), y mientras hablaba con el dueño de la fonda vi una olla enorme en la que hervían unos pedazos de algo en un caldo colorado de algo y que meneaban con una pala de algo; olía a algo y me dio náuseas. Me despedí rapidísimo y salí a la puerta a coger aire pero tosiendo y tratando de no vomitar (así de delicadita soy a veces, pues). Una viejita limosnerita me hacía señas tocándose el cogote. Cuando acabó mi ataque me dijo que me cuidara, que ella padecía de bronquitis. Platicamos y me contó que cantaba para pedir limosna.Le pregunté qué canciones y nos echamos, cómo no, "Solamente una vez", de Agustín Lara, a dos voces. Sus ojitos verdes estaban re contentos, compartí con ella un dinerín, que yo había cobrado un día antes y hay que compartir. Además ya éramos como las hermanas Águila. Seguí mi camino a casa y vi lo que pensé era un pleito de tórtolas. Pues no, era una rata que atacaba a uno de esos pájaros. Espanté al depredador malvado amenazándolo con grito y patada, que para eso soy cinta negra octavo dan en mambo. Esto para que digan que la vida diaria y rutinosa no tiene aventuras.
El día del trabajo, miércoles, día de marchas pero no de tráfico, me fui otra vez on the road. A media carretera me pregunté y estuve a punto de preguntarle al marido/chofer a dónde íbamos a riesgo de que pensara que, ahora sí, se me había caído el único tornillo que me queda. Vaya si sabía yo a dónde iba, a la ciudad más bonita de Latinoamérica, pero es que iba yo tan metida en el camino que en el fondo no me importaba tanto el destino como el trayecto. Veracruz, Guanajuato, Monterrey, en esos momentos daba casi igual. Entonces pensé que es como la vida misma: lo que me gusta es vivirla; sé perfectamente dónde acaba.
Y llegamos, y nos metimos directo a San Pedro Tlaquepaque (San Pedo Paquepaque, que decía Diego de muy pequeño), y comimos y vimos el futbol en los portales del Parián. Y recorrimos aquellas calles tantas veces andadas y queridas.
Arribamos al hotel y por la noche nos salimos a caminar por Lafayette (sí, ya sé que hace años le cambiaron el nombre a Chapultepec pero no me importa; tampoco me aprendí los números de los Ejes Viales del D.F. y seguiré diciendo Eugenia, Popo y Ángel Urraza). Cuando era chica, en Guadalajara sí nos dejaban a las niñas salir a la calle y era justo por ahí por donde mi hermanita Lili y yo paséabamos. Muchas casonas, convertidas ahora en borracherías, nos recibieron con tapas y cervezas surtidas.
El jueves, como el marido/gerente tenía que trabajar, yo me dí a caminar. Buscaba la casa que fuera de mi tío Fausto entre aquellas mansiones de Colonias, unas en abandono, otras convertidas en oficinas y tiendas elegantes, pero no dí con ella. Salí a Hidalgo y seguí mi marcha. Poco a poco iba atravesando el túnel del tiempo: comencé en la colonia donde vivían mis tíos abuelos y las construcciones se iban haciendo más viejas conforme avanzaba hacia el centro. Me metí a la casa del oftalmólogo que operó a mi hermanita; ahora tienen el consultorio su hija y su nieto. Vi esa casa que tiene fama de embrujada, atravesé la calzada y cuando acordé estaba frente a catedral. Entonces entré a la Iglesia de las Mercedes, donde iba a misa mi bisabuela del mismo nombre que heredó mi mamá. A dos calles entré a San José, templo construido en el terreno donde estuvo la casa donde nació mi bisabuelo Louis, su esposo; atravesé la calle y vi la casa donde murió. Pisé las aceras de cuadritos rojos y blancos. Oí el acento de la gente, bobeé las tiendas, compré algo pero no compré una bolsa porque el de la caja era un chino viejo, o un viejo chino, es igual. Me tomé mi café en las sombrillas como debe ser, me asolee de lo lindo y entré a una librería: Sartre de a  veinte pesotes. Volví  al hotel cansadísima pero sulibeyada y esperé al marido/patrón para irnos a tomar un Valpolicella con harta comida italiana. En la tarde todavía salí a caminar para mostrarle la casa más bonita del planeta, que está a dos calles del hotel, y el árbol de su esquina me sorprendió: ¡nunca bahía visto un árbol de morcillas! Ahora sé de dónde las sacan, le decía al marido/recolector, que cortó una para mí y era una vaina larga y seca, negra, dura y llena de semillas. Luego en la calle vi un árbol que da conejitos, blancos y peludines.
Regresé el viernes, justo a tiempo para arreglarme e ir a la inauguración de la Exposición del taller de hartas plastas en que participo. Salío rete chula la cosa, lleno total, buen ambiente. Extrañé a mi hermanote pero se fue a una convención a trabajar, a mis BFF una porque se le murió el amigo y la otra porque se fue a Acapulco con su ruco. Me sorprendió la asistencia de gente linda y buena.  Los demás que no fueron pipipipipi. Mi marido/mecenas me convidó a elegante cenota con vino, hijos y mi mamá.
Y a mí, entre tantas distracciones que la vida me pone, me importa un rábano que haya gente mala. Me importa un camote que haya gente que carezca de la primera virtud del ser humano decente, que es la gratitud. Esta es la sabiduría de hoy, disfrutar el camino aunque veamos gente gacha por la ventanilla, total, con no abrirles la portezuela....



viernes, 5 de abril de 2013

Guanajuato y huir

Me dio una gripe fenomenal, y por fenómenal no quiero decir padrísima, sino literalmente fenómena. Un gripón de esos que te chilla todo lo chillable y los ojos se cierran ante el incesante lagrimeo y la fiebre, con la particularidad de que me duró sólo una tarde y su noche: el martes. El miércoles tuve un encuentro revelador de esos de antología postapocalíptica con visos de melodrama tropical así que el jueves, como el esposo me  convidó a acompañarlo a un amenísimo (es un decir) congreso sobre diabetes en Leon, Guanajuato, metí unas escasas ropitas, dos pastillas y mi cepillo de dientes (de los otros si no llevo da igual) en menudo veliz y  como no soy mensa aparté hotel en Guanajuato. Tras de cuatro horas de camino, interrumpidas sólo por un opíparo y reparador desayuno y durante las cuales nos dedicamos a amansar y conciliar nuestro azoro y estupefacción, que de incredulidad pasó a indignación y luego a aceptación, algo así como las etapas del duelo que tan desatinadamente describen los psicólogos, llegamos derechito al centro de convenciones de León. Estuvimos en el congreso un rato, viendo sólo lo que al señor le interesaba, pasamos a que entrevistara a un charrito de por allá y nos dirigimos a Guanajuato.
Hermoso, como siempre, nos recibió hecho todo fiesta por una cosa que le llaman fiesta de las flores, que este año coincidió con el Viernes de Dolores. Por toda la ciudad pululaban puestos de flores de todas clases y colores, unas se vendían y otras se regalaban, al igual que la comida. Los sitios con filas más largas eran los que daban gratis tortas, dulces, helados. Para cenar, encontramos un sitio muy bonito con la terraza sobre el parque donde yo recordaba que había una mugrosa fonda antiguamente. Resultó bueno aunque de esos que convierten los platillos en cursis arreglos como de ikebana, y pedimos un buen vino para empujar los manjarsitos. Regresamos al hotel, colonial y bonito en el mismo terreno que la Hacienda de San Gabriel de Barrera, que es museo. Por la mañana desayunamos en el centro de la ciudad mientras una banda tocaba pasodobles y valses en el mismo parque Unión, dimos un paseo agradabilísimo y, conscientes y convencidos de nuestro bien actuar; regresamos a casa cantando como un par de lobatitos que vuelven de la excursión.
Nada, deveras, como alejarse del diario acontecer para pensar mejor. Esa es la sabiduría de hoy.
Y resulta que se está organizando una exposición del taller en el que pinto. Espero que toda mi porra de alcohol vaya. No se rajen. Es para el día de la Santa Cruz.
Si es que la vida es, o debe ser, más fácil de lo que se la hace la gente.¿Para qué -pregunto yo que soy tan sabia- se la complican tanto? ¿Para qué -sigo preguntando con cara de asombro- han de hacérsela de cuadritos? Hay que preguntarnos, cuando el agobio pese mucho, si eso importará dentro de un año, o dentro de más (o a veces en unos días, según).
Recordemos: Esto también pasará.




miércoles, 20 de marzo de 2013

Chinerías

Ya se sabe que a mí lo chino no me hace tanta gracia. No me gusta ver películas chinas porque no entiendo un carambas y, si los subtítulos están tan mal traducidos como los de las cintas en inglés -deformación profesional-, estoy segura de que entenderé todo al revés. Tampoco soy adepta a la decoración con chinerías, esa que estuvo de moda con sus muebles laqueados en negro brillante y monigotes de pasta que semejaba marfil.  Disfruto la ocasional visita a un restaurante chino, y así, fui al nuevo buffet de la avenida Miguel Ángel de Quevedo con Manolo et al (léase sus cuates), Diego y el esposo. No es el clásico menú americano-chino, sino es de otro estilo, de no sé qué región de por allá, lo que lo hace más especializado, como si va uno en lugar de aun restaurante español, a uno vasco, o a uno poblano en vez de simplemente mexicano.
Ya habíamos ido alguna vez ahí pero como tenía uno o dos días de inaugurado había poco surtido. esta vez, en cambio, había de todo. Bolas chinas rellenas de cajeta de frijol (dicen que es soya dulce pero de eso nada, como si yo no me hubiera pasado varias horas de mi infancia meneando la pala de madera para que espesara a punta de azúcar y leche aquella olla del dulce que mi padre hacía de repente). De sopa había cocido chino, o sea, caldo con verdurines surtidos o pozole chino, con unas plastas blanquecinas. Para empujar, el pan eran churros chinos, o sea unas piezas largas pero muy simplonas. Tomamos las consabidas cestitas redondas de madera con dumplings ( lo siento, no sé traducir dumplings a chino ni a español), cuyos rellenos siguen siendo un misterio para mí y creo que hasta para el cocinero chino, que debe haber sido el del chiste: unos eran de marisco, otros de alguna clase de carne y otros, delatados por sus colores, son de vegetales. Como todos saben igual ya con la salsa soya, puede uno tomarlos indistintamente y sin remordimiento si se es vegetariano..
Junto a nosotros había tres señoras bastante mayores en una mesa, que comieron más que nuestros jóvenes y varoniles comensales. Iban y venían con platos rebosantes y daban cuenta de todo, hasta eso, sin eructar. Sobra decir que eran de ascendencia oriental y conocían los nombres de lo que ingerían con tanta alegría. Los nuestros también se levantaban varias veces y traían de esa paella china que un cocinero preparaba poniéndole lo que uno elegía de unos platitos que tenía para el caso. Había de todo: vegetales, carnes, una cosa que parecía chilorio chino, omelett chino, tocino chino, aguachile chino de camarón crudo que desconozco si el cocinero cocía para su paella o los colocaba así nada más por encima porque no llegué hasta ahí: estaba llena de bolas fritas de cosas varias tipo chilpachole. Ese día no había agua de lichi, pero había un té helado que cogía uno de la máquina de refrescos y que sabía como el agua fermentada de la fuente del parque México (sí, alguna vez probé ese verde líquido sin querer cuando era chica).
Para los postres, helado de lichi. Es riquísimo. Y de remate té de florecitas (un tanto cuanto gay). Como los muchachos seguían empampirulándose, subimos a la tienda-supermercado chino a babosear y nos encontramos a las tres alegres tragonas que estaban comprando galletas para, seguramente, irselas a empujar con un café a su casa para terminar su fin de semana.
Realmente no sé decir bien a bien qué comí, me gustó, sí, pero no volveré en un rato. Mi paladar no es tan aventuroso, creo.
Y yo, con este gripón marca Bachoco que me cargo, iré a Guanajuato mañana. Menos mal no es gripe asiática. Amo Guanajuato, lo que odio es la gripe: es llorar y llorar como la canción, y si es verdad eso que dicen de sonreír adrede hasta que la sonrisa se fije y nos sintamos felices, yo terminaré totalmente deprimida de tanto lagrimeo. Wish me luck.



miércoles, 27 de febrero de 2013

Resucitaciones

¡Vaya rachita que llevo! Esto parece granja de Bachoco. Primero se me muere mi periquito y ahora la Chicha, la perrita salchicha a la que estábamos más que acostumbrados por tantos años que vivió con nosotros.
Cuando llegó tenía sus tres meses. Venía enferma de algo respiratorio e hipotérmica. Aún así la tuve que bañar porque estaba llena de pulgas que, aunque Pinina le había quitado muchas, caminaban entre sus cortos pelos color alazán tostado alegremente y no pensaba yo infestar a mis hijos, marido y perico. Por la mañana la llevé a la veterinaria y me dijo: "esta perrita está clinicamente muerta, su temperatura es de treinta y cinco grados, la pongo en una incubadora". Decidí ponerla yo, en mi casa. Con la cobija eléctrica le hice un nido junto a mi cama y le daba cada hora un gotero con un suero. Ella ni se movía. Cuando amaneció el gotero seguía siendo cada hora pero le agregaba un alimento diluido. A veces pegaba mi nariz a la suya para comprobar que respiraba. A los tres días no estaba en su lugar: había ido por sus propias patas a mi baño a beber agua del charquito de la ducha. Esa fue la primera vez que resucitó.
Parió seis perritos igualitos a ella y tras el parto se puso flaca como esqueleto rumbero. Me daba miedo porque entre sus gracias también tenía la de que su madre no la amamantó y no se calcificaron bien sus huesos de pequeña. Después de que la pobre parecía tortuga ya que, dado lo corto de sus patas la panza le creció para los lados y aún así arrastraba las mamas, se enflaqueció como esos perros pobres que ve uno a veces y se pregunta cómo se pueden mantener en pie. Era una radiografía ambulante. Entonces la retaqué de atole y su comida ultravitaminada para que engordara y siguiera criando a sus latosos. Esa fue su segunda resucitación.
Un veterinario méndigo le administró unos antiinflamatorios de esos que son para humanos y que a los perros les hacen mucho daño. Ella vomitaba y evacuaba lo mismo: sangre. Volvió a ponerse esquelética, inanimada y seca. La llevé con el doctor charrito de la calle Moras y la tuve en cuidados digestivos más sus consabidos atoles hasta que volvió a su peso. Esa fue su tercera vuelta a la vida.
Como en el nombre llevaba la maldición, Chicha desarrolló un tumor en una ídem. De por sí tenía cinco de un lado y cuatro del otro. La bola creció, creció, hasta que notamos que ya le dolía. ya tenía sus trece años. Consultamos al doctor charrito quien opinó que sí aguantaba la cirugía. La recogimos al día siguiente con su campanota de esas que llaman cuello isabelino que le daba un aire como de luchador exótico. El cuello de plástico era adecuado a su tamaño, pero no tomaron en cuenta el largo de su hocico y ella se arrancó los puntos durante la noche, con todo y que estaba desganada, sin apetito -cosa inaudita en ella-, y echada. Vuelta a cirugía, collar nuevo talla doberman. Cuando comenzó a caminar tenía que hacerlo viendo al cielo para no tropezarse con aquella cosa que arrastraba de tan pesada y que no la dejaba entrar a su casita Geo. Así fue su cuarta resucitada.
Conste que no estoy contando unas tres veces que tuvo ataques de reumatismo que le dejaban mal caminando y de los que la recuperábamos con medicamentos y cuidándola del frío. Ni el nuevo tumor que se le desarrolló en otra mama, tipo chipotoma maligno y que ya no pensábamos operar por su edad. Ni de varias diarreas y vomitaderas que le dieron.
A sus catorce años y medio, el sábado amaneció arrastrándose de la cintura hacia atrás. Sus patas traseras, colgadas hacia un lado, no respondían, no se movían, estaban colgadas nada más. La llevamos al veterinario, ya no al charrito sino a una clínica donde está una chica que operó a Pachita de su piometra. No tenía remedio, su columna de había roto en la noche, estaba desconectada. El dolor iría in-crescendo y jamás recuperaría sus funciones. La dormimos ahí mismo.
Esta vez Chicha no resucitó.



viernes, 1 de febrero de 2013

El día más triste del año

Leía yo que el treinta y uno de enero es el día más triste del año. Se apoyaba el periodista en el hecho de que muchas personas se dan cuenta de que no cumplieron sus resoluciones de año nuevo, de que siguen igual. A eso se añade el comercialismo que nos afecta con la proximidad del catorce de febrero, que hace sufrir a quienes no tienen un novio/a cursi con quién celebrar. Yo agregaría que además les han llegado los estados de cuenta de las tarjetas de crédito con los gastos de navidad y vacaciones (a mí me llegaron, gulp).
Ayer, treinta y uno de enero a las siete de la tarde, se murió mi loro atolero, cuyo nombre era Percival Napoleón, a sus nueve añitos. Yo sé que es   pecata minuta en comparación con otras penas, con otros problemas mayores que la gente tiene o que yo misma he sufrido, sé que ayer explotó algo en el edificio de PEMEX y que murieron muchas personas, pero no deja de ser otra visita de la muerte, esa que tiene el mismo afán del mar de destruir todo. Y así como un mar nos recuerda otros mares, una muerte por pequeña que sea, si es que las hay de ese tamaño, nos remueve otras muertes que dolemos por dentro. Lo siento si a alguien le parece superficial y anodino mi sentir. Percy tuvo una gripe de pollo que le traté como tal, con medicina de pollo, como hacía mi sabio padre con sus loritos, pero no tuvo la suerte de lograrse.
Y es que cada bicho tiene su personalidad; a mí que no me cuenten: mis bichos son gente chiquita. Este Percy era muy distinto en sus costumbres, sonidos y mañas que Pepe, Nacho, o Percival Primero. Ahora, ¿quién nos avisará con sus gruñidos cuando las águilas merodean por encima de casa? Hemos quedado a su merced, y de los helicópteros, y de los aviones, y de los globos perdidos que, para él, eran unos OVNIS peligrosísimos y sentía la obligación de advertirnos que esos depredadores nos acechaban. ¿Quién nos dirá "gara-gara-gara" invitándonos a tomar agua con él en su plato? En fin. Quedó enterrado en el mismo jardín que alegraba con sus vaciladas, bajo el limón para que le visiten los pájaros y a la sombra de un San Francisco de barro.
Para inaugurar febrero me iré a comer, que es viernes, y llevaré a mi mamá a sacar su nueva IFE, que la perdió en Guadalajara y no se acordaba que la había extraviado, ni qué necesita. Ya le sacaré de su archivo yo los papeles que son menester para el trámite.
Comparto un texto que envié para la publicación de un libro que trata sobre la salud mental de aquellos que tienen nuestra salud en sus manos. En cuanto salga el libro paso la invitación a la presentación y les aviso dónde, si lo desean, pueden adquirirlo. El texto se halla en el blog hermano http://yotanmonayanexas.blogspot.mx/
Sabiduría de la quincena: ahórrense penas, no quieran a nadie ni a nada.



martes, 15 de enero de 2013

Tres mil kilómetros

En diciembre, justo después de que supe (supimos, o ¿no se enteraron?) que no se acabo el mundo, me aventé como pedrada de indio zurdo a los caminos del norte. Eso es de lo que más me gusta, andar On the road, pero no como Kerouac sino más bien como John Denver o ultimadamente como Willie Nelson. Me sentí a ratos como en canción de Les Luthiers, atravesando los estados de México, Hidalgo, Querétaro, Guanajuato, San Luis Potosí, Nuevo León y Tamaulipas, aunque en una ruta bastante más lógica que la de ellos, claro. Hay en mi camino carreteras excelentes que no cobran y otras horrorosas en las que hay que pagar peaje: surrealismo obliga. Yo, mientras vaya con mi termo de café recargadito, voy feliz. No sé qué encanto tiene para mí  el ir viendo los nombres de los pueblos, de las fondas, de las desponchadoras; ir avistando las nubes y los pajarracos, los venados, las vacas y caballos. Será que de los recuerdos más bonitos de mi infancia están las horas en el asiento de atrás del coche de mi papá, en el que todos cabíamos holgadamente y yo iba, si no jugando o peleando con mis hermanos, viendo pasar el mundo por la ventanilla e imaginándome que después de esas montañas había un vasto planeta por descubrir para mí. Viajábamos de noche en aquel país tan tranquilo y yo veía las  gotas de lluvia resbalar por el cristal haciendo figuras que brillaban con la luz de los otros coches y de los camiones que me despertaban de mi ensueño con sus pedorreras.
Esta vez vimos un pueblo llamado Huachichil y nos dedicamos a aplicarle diversos significados a la palabra. Que si es una hierba comestible: "hice unas gorditas de huchichil en salsa de tomate"; que si es una lesión dérmica "Mamá, me salió un huachichil allá abajo" (o sea en los pies); que si es un insecto venenoso: "¡ay! ya se metió un huachichil!"; que si una fruta del desierto... ¿para qué les gusta la palabrita? Luego averiguó el marido que los Huachichiles eran unos indios de por allá.
Viajar ilustra, y descubrí que hay enfermedades tan selectivas que cuando ando de viaje no me afectan en lo más mínimo y que, cuando vuelvo, me atacan las muy malvadas. ¿Cómo aguanta mi rabadilla horas de carretera y mucho caminar sin protestar y en cambio, en casa, me duele por cualquier tarugada, sobre todo si es tarugada gateril como barrer hojas o lavar trastos? ¿Por qué había pasado unas noches feas con neuralgia del trigémino y allá duermo como lirón? Luego me fui a Acapulco unos días. Mis hermanos y yo nos turnamos para que mi mamá pasara lo más frío del invierno en aquel calor tropical y fue lo mismo. Factor coadyuvante: Miss Oaxaca se fue a su pueblo un mes enterito. (Creo que haré un casting para buscarme otra asistenta, ahí si saben me mandan candidatas).
Y resulta que este año la vida da un giro porque nos trae propina: seré tía abuela-abuela. Necesitaré mamelucos de camouflage, bat de baseball pequeño y libros, muchos libros pediátricos. Manden refuerzos.
Bueno y como liquidum non frangir jejunum, seguiré tomando mi café. Lo mismo aplica para unas cubas frías junto a la piscina en Acapulco viendo los faisanes volar al árbol de aguacates del jardín y los pajaritos amarillos bañarse.
Sabiduría del mes: (gratis) Aunque lleguen de vacaciones a una casa que sea ruina de una civilización extinta, hay que ser optimista y sonreírle a la vida. Total, cosa de saber que de los seis baños que hay en uno sirve la ducha, en otro el excusado y en otro el lavabo para ir cargando sus utensilios de aseo de cuarto en cuarto. Cosa de usar los ventiladores de techo como excitantes para la imaginación como aquel mi amigo que alucinaba que iba en un avión de la Primera Guerra Mundial y era la hélice.