Siempre

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jueves, 6 de septiembre de 2012

Inutilita

Me acordaba de una criadita que dijo: "¿para qué me baño si nadie me va a goler?", pensando en el montón de cosas inútiles que hacemos cada día, cada semana, cada año. A veces es preferible ponerse a jugar o a pendejear porque se pierde más lastimeramente el tiempo haciendo tarugadas que no haciendo nada.
El otro día mi hijo y nuera le trajeron a Sushi Pachita María del Fungli un hámster (para mí vil rata), en plan entrenamiento pues ya se sabe que en el momento menos pensado salta el ratón. Como la gatita estaba jugando en el comedor, pusieron el bicho en el piso, mientras todos veíamos, unos nerviosos y otros riendo, pero todos con un morbo inusitado. Los mismos que dicen detestar la tauromaquia estaban esperando ver el Circo Romano en todo su esplendor. Dos se sentaron en el suelo,primera barrera sombra preferente. La gata salió de debajo de la mesa, el bicho se movió un poco; la gata se le acercó curiosa, el bicho se congeló, se quedó tieso; el respetable contuvo la respiración;  la gata olió la cara del bicho quedando sus narices pegadas. El público temblaba ansioso esperando poder  soltar el primer "ole". La gata se alejó despacio del bicho al que ni caso hizo, se pensaría que era de peluche y esos juguetes nunca le han interesado. El bicho dio unos pasitos, la gata se acercó de nuevo a él para volver a alejarse muy oronda. La concurrencia, decepcionada, abucheó a la gata, abandonó la plaza, guardó el roedor en su cajita y se dispuso a  cenar.
¿Habrase visto tal inutilita? Pero eso sí, de repente le tengo que quitar unas arañas horrorosas o explicarle que a las palomillas y mariposas grises, cuando las acaba de matar, no puedo volverlas a echar a andar por más que me las traiga para que les ponga batería nueva. Diego dice que lo que pasa es que es muy buena la gatita. Tal vez por eso se lleva bien con Chika, la perra. Tal vez lo suyo son los insectos, aves, porque hay que ver qué ganas le trae al perico, y reptiles. Para agarrar una lagartija bien que echa saltos de dos metros.
Y yo que me pongo a pintar de nuevo. Hoy fui por primera vez al taller al que me apunté.  Tengo dos compañeritos: un señor de unos ochenta años que está pintando unas calaveras con óleo y que hace travesuras y una chica que dibuja manga con acuarela. Yo me aventé con un ángulo de un coche, que es lo mío, pintar pedazos de cosas. No sé qué diría un psiquiatra sobre este mi pedacero, tal vez diría que es parte de mi déficit de desatención porque soy muy desatenta, y por eso no me da la atención para pintar todo el coche o todo el toro. Lo que sí sé es que me ahorré sus honorarios, porque son dos horas en las que estamos sólo yo y el lienzo sin que suene el teléfono, chille la olla exprés o me dé cargo de conciencia (sí tengo, deveras) de que hay ropa sucia o de que debería estar traduciendo. Son dos horas tranquilas, no se conversa casi,  hay buena música de fondo y, si me asomo por el balcón, veo la plaza del pueblo. Ya había ido a pedir informes al taller, pero en eso me dio por herniarme un disco y luego me era pesado caminar esas calles cargando mi mochila de pintar. Hoy embarré de negro y rojo mi pantalón, menos mal me conozco que soy una atascada y llevé uno viejo. Iré dos veces por semana. Estar en talleres es bueno porque se obliga una a pintar, escribir, o lo que sea.
Sabiduría de la quincena (¿Quincena?¿Qué fregados es eso?): Podemos ahorrar tiempo haciendo varias cosas al mismo tiempo, sólo hay que bajar nuestros estándares y esperar que los resultados sean apenas suficientemente buenos. Cónstame.