Por ahí no sé en qué ciudad hay un festival de títeres. Y perdonen que no les dé el dato exacto pero no soy su yipiés ni tengo memoria de pinchemil G. León, Zacatecas, qué más da. La cosa es que me acordé primero de Marcela y luego de Melquiades.
¿Que quiénes son Marcela y Melquiades? Como de eso sí sé, informo que Marcela Guijosa es una gurú que, además de escritora e hiper maestra pokemona, sabe mucho de la cosa de los títeres e incluso trabajó con su marido en la documentación de su historia. Melquiades es un títere hilachiento que compré en la tienda de don Mariquito con un peso que debe haberme dado mi abuelito allá cuando yo contaba con cuatro años de mi tierna edad. Era ya en ese entonces parte de una especie en extinción, con su cabecita, manos y pies de barro pegadas a unos retacitos de trapo que eran su cuerpo y su traje a la vez. Pende todo él de de un vil alambre al cual le até un hilo para que quedara más largo y no se asomaran mis manitas en el escenario -caja de cartón pintada con cortinas de retacería adquirida en los cajones de la máquina de coser de mi mamá- ,mientras él bailaba y presentaba su show junto con un vejete de la misma raza que tenía barbas blancas y sombrero al juego. El teatro, claro, se llamaba "Gran Teatro Melquiades" y presentaba espectáculos distintos cada semana para poder cobrarles un modesto boleto a los tíos y abuelos y de paso venderles palomitas.
Para los incultos que tampoco saben quién era don Mariquito, era un viejillo que compro, traspasó o rentó la tiendita de la esquina, uno de esos tendajones oscuros que huelen a vinagre rancio, y que por casualidad había pertenecido a dos Doñas Mariquitas anteriormente, lo cual le ganó por extensión el nombrecito. Lo malo es que en ese entonces yo era muy inocente pero eso sí, muy educada, y un día que entramos a comprar unos dulces o una chaparrita de mandarina, lo saludé: "Buenos días, Don Mariquito". El viejo se enojó y me dijo: "no me llamo Mariquito, me llamo Fulano". Yo me quedé anonadada y no entendí por qué tantos nombres para un mismo señorcito, y ,más cuando salimos de la tienda y mi tío Ricardo o mi mamá, no recuerdo con quien iba, contó mi metida de pata a todo mundo que reía sin parar. Bueno, por lo menos les alegré el día.
Moraleja 1: no se refieran a las personas por sus apodos delante de los niñitos inocentones como yo. Luego cuando llega el basurero tuerto gritan: "¡es el basurero ojo de canica!" y lo dejan a uno sin servicio de recolección a la puerta. Si es que era muy candidota yo, insisto, o no sabía la diferencia entre nombre y apodo.
Moraleja 2: Si traspasan algún negocio, tomen en cuenta como factor de negociación el nombre del anterior dueño, vaya a ser.
Comí: con mi mamá y sus primas. Son muy chistosas. Al regreso dejé a mi mamá en su casa y ahí estaba el teporocho que últimamente anda por la acera, muy sentado con sus costales. El otro día les dijimos a los policías de la esquina y nos dijeron que ellos sólo pueden darle información y aconsejarle que se vaya a un refugio, que no pueden levantarlo a menos que hiciera "cochinadas como excrementarse, orinarse, o exhibir sus partes íntimas" (sic). Le dije a mi mamá que saque a los hijos de mi hermana a que le digan: "¡que se la saque, que se la saque!", aplaudiendo, ver si hace caso y le toman una foto y así la patrulla se lo lleva. No sé si funcione ni tampoco sé cómo manejé a mi casa carcajeándome, hasta unos señores se me quedaron viendo, pensarían que iba llorando. Ahora mismo, mientras escribo, el gato vino a ver qué pasaba. Ha de creer que estoy loca riéndome sola, pero ella (es gata) está peor: maulla sola.
Sabiduría de la quincena: Nos cae diciembre encima y no sabemos qué haremos de navidad, año nuevo, cumpleaños y demás celebraciones decembrinas. Ni modo, las tocaremos de oído. A veces la improvisación sale bien.