Siempre

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jueves, 26 de enero de 2012

Jauja y picajosos

Bien decía Paco Ignacio: "No le des fabada al niño, mujer, que va a creer que la vida es jauja".
Y yo, de mensa, siempre dándoles su fabadita, toda mona, yo. Y no sólo se creen que la vida es jauja, sino que me confunden con el mismísimo Banco Mundial.
Y bien decía Álvaro de la Iglesia, que los Menéndeces son unos picajosos. Así que, guárdeme San Bartolo Naucalpan, jaujeros y picajosos. Como decía mi abue: estoy lucida. Piensan que todo es tan fácil como picar los botoncitos del cajero automático y ¡zaz! ¡magia!, salen billetitos de diversas denominaciones y no ven el sudor que costó meterlos ahí en un principio. Claro, como una es tan dulce y tierna como para formar un hogar, no les hizo sudar la gota gorda para ganarse los quintos. Ven todo tan sencillo. Y eso que distan mucho, mis guajolodontes, de ser juniors, que si no...
Y como una es tan madraza, ahí está de sparring para que no se rompan la crisma del madrazo que la vida les pone enfrente y ellos no ven venir. La manera de que aprendan es soltarlos, alzarles la canasta y a ver cómo se despabilan y arreglan sus cosas sin depender de mami/papi, pero como eso implica moretones y chichones a una le da miedo, ese miedo inconsciente, recuerdo del andar detrás de ellos cuando aprendían a caminar y se caían cada tres pasos.
Si esto de criar hijos es que si no salen cuervos y te pican los ojos, de todas maneras hay que estar evitando que ellos solos se los piquen. No sabe a veces una si los está apoyando o si está solapando una loquera. Ni hablar. No sé si seguiré empujando la carreta que para eso tengo fama de fuerte (vértebras aparte), o la suelto y que sea lo que la suerte quiera, o lo que logren hacer.
Mientras, apechugar para no variar, paciencia de esa que se me está agotando, hacer de tripas corazón y cerrar los ojos... o ver para otro lado, que una tiene sus quehaceres, sus letras, sus amistades, sus problemas, sus pagotes de enerote, que me falta segurote del coche, inscripción de la universidad con su material y ropa, arreglotes de casa, arreglos dentales del maridín y demás gastotes que no son babotas de pericote. Y yo que pensaba invertir que porque el dinero en el banco se hace agua...
Bueno... todo fuera como eso. ¿Iré al Santuario de la Cruz Parlante o qué?
Sabiduría de la quincena: más vale que digan aquí corrió y no aquí se traumó.
Mantra de la quincena: Serenidad y paciencia, mi pequeño Solín.






miércoles, 11 de enero de 2012

Henos aquí, con este año aún casi sin estrenar. Y, como no nos ha caído trabajo del llamado remunerado, nos ponemos a hacer tarugada y media para no desesperarnos, a saber:
1. Pintarrajée (pintar es mucho decir, hay que ser modestita) la mesa del café que desde que azoté y me recluí debido a mi disco (vertebral, no de platino), se fue manchando y chorreando, se le hizo feo el barniz que cubría un mapa de Asturias que ocupaba toda la superficie. Hube de raspar con una llana, remojar con agua y jabón y luego aplicar thinner para raspotear y despellejar. Lo que más resistió y duró hasta el final fue Cangas de Onís, lo cual tomé como premonitorio: volveré a cruzar ese puente.
2. Cuidé, limpié, destapé por las mañanas y tapé por las noches un montón de loros, pericos y canarios que me encargó mi Manolo porque se fue a tierras Sonorenses. Ya hasta fui abuela de un huevito.
3. Saqué, descolgué, extendí, observé muchas prendas de mi clóset levantando la ceja izquierda: vestidos, sacos, suéteres, faldas y pantalones, y me deshice de muchos que, la verdad, no uso hace años. Lo que es la paradoja de que si no tenemos qué hacer, hacemos lo que ya debíamos haber hecho hace mucho.
4. Corregí, aumenté y desaumenté un novelón marca diablo.
5. Quité las micro decoraciones navideñas que tenía en la sala. Todo esto, obviamente, además de las chambas rutinarias que, como las hace una en modo robot, no cuentan.
Así no se deprime una mientras el año comienza a carburar.
Así no está una pensando memeces, como por ejemplo que a mis hijos debí ponerles Silvestre y Primitivo en lugar de Manuel y Diego. Esto se me ocurre cuando veo sus cuartos. O Ambrosio e Hipólito cuando uno se atarraga dos kilos de carne y el otro sufre de ataques de hipo toda la tarde. O si contrato el gas natural, si al cabo ya escarbaron toda la calle y metieron la tubería. Es desgraciadamente desagradable gastar las neuronas en esas pendejeces.
Ojalá me manden trabajo antes de que me dé por irme a las rebajas de enero como vieja loca.
Lo bueno del año nuevo: el marido está rete contento. Yo también. Lo comenzamos viendo a gente querida. Seguiré, déjense ver, no sean rejegos.
Sabiduría para el año que comienza: no hagan taradeces, no lo vayan a echar a perder ahora que está tan chulo nuevecito.
Los Reyes: no me trajeron nada, para no variar.
Próxima parada: Oaxaca.