Heme aquí, como siempre y como nunca.
Como siempre equilibrando mis varios frentes de batalla con un frenesí digno de Mc. Arthur, ese el de %&$# los japoneses. Hoy me hallo trabajando entre cajas de cartón y de madera, muebles varios, mesitas, mesotas y mesillas; libreros y espejos; guitarras y cojines, mientras la lavadora hace lo suyo y el marido se engorila con tanto entradero y salidero de trabajadores. Es que se me ocurrió que vinieran a lavar la alfombra, que abarca mi pieza, el estudio del esposo y el hall de arriba al que llamo librería porque es muy mamón decirle biblioteca (si la organizo un día tal vez se gane el título). Cambiarla por una nueva me parece muy oneroso económica e histéricamente. He visto la cantidad de basura que sale: el tapete, el bajoalfombra, dos toneladas de tierra, clavos, palos y las nubes de tierra que vuelan, así que entre esa monserga y el dinerote que se requeriría, el cambio, que espera desde hace siete años, seguirá en stand-by. Mientras, me dije, una buena lavada gracias a las artes del hermano de una amiga, que será menos lata y trabajo. Hasta que la realidad me alcanzó: hubo que ir quitando desde el sábado todo lo que ahora está en mi estudio que, menos mal, tiene piso de madera, y hoy por la mañana sacar los cajones de la cama de piedra porque si no no la hubieran podido mover los tres señorcitos que vinieron, encerrar la pobre Sushi Pachita María del Fungli para que no se salga; advertir a los lavadores que no respondo chipote con sangre si Chela se roba y come algo del equipo que dejaron en la entrada de los coches y que ella verá como coloridos juguetes: guantes, botes, trapos y esponjas padrísimas, es demasiada tentación para ella, y estar al pendiente lo que aparentemente llevará cuatro o cinco horas. Menos mal su aspiradora y su lavadora son muy silenciosas, la mía hace un ruido infernal que asusta a la gatita y enerva a los demás. Algo es algo, dijo un calvo...
Y no es que me meta en líos, yo. Cualquiera que lleve una casa sabrá que es normal que acudan trabajadores a hacer arreglos, lo que pasa es que o nunca elijo el momento oportuno o simplemente ese momento no existe. Digamos que elijo un día en que estaré en casa, pensaría que no me dejan hacer nada ahora que podría estar trabajando, pintando o remodelando. Si lo hago un día en que el marido está se pone de los nervios y ya se sabe, un marido histérico no conviene; pero si no está acabo agotada de bajar a abrir a cada rato y estar al pendiente yo sola de todo. Lo ideal sería irme al parque a trabajar y dejar a los señores pero ¿y los perros?, ¿y la gatita? Además están pregunta y pregunta que dónde cogen agua, que dónde la vacían, que dónde iba mi sillón de Niña de Atocha... Total, un problema ético irresoluto.
Y en este momento me acordé de aquel limosnero que pedía un pedazo de pastel y una malteada en lugar del consabido taco porque era su cumpleaños, ya que uno de los limpiadores, el que parece con más autoridad de ellos, me pide refresco. Así: "seño, ¿no tiene refresco que nos regale?". Pues bueno, les doy una botella de Coca-Cola grande y ya empezada que quedó de la fiesta de mis amigas la semana pasada, y unos vasos desechables. El tipo señala una foto de la pared: "¿es usted, seño?". Creo que no habían visto una Miss Sinaloa más que en las noticias. Raro el tipo, son diez grados más allá de Manolín y Shillisnky. Así que ahí andan, limpiando, tomando refresco y conversando que si expulsaron a fulano en el partido del América y si el Toluca ganó. Ahora en el estudio del esposo están viendo los pósters de cine y comentan si han visto tal o cual película de Tin-Tan o de Clavillazo. Santo Dió.
La fiesta de mis amigas resultó de lo más divertida. Hubo comida, platicadotas, rifa, neteadas, apoyos, risas de todos los volúmenes, cantada con la guitarra y les puse la discoteca. Bailamos harto y acabamos a las doce de la noche. El clima ayudó, la luna nos acompañó a las cuarenta y dos que nos reunimos a festejar todo y nada, nada y todo. Eso sí, acabé extenuada con todo y que conté con ayuda previa al evento de mis hijodontes y maridazo y simultánea de Miss Oaxaca, como si me hubiera ido de campamento nacional. Vaya, que necesito entrenarme pero de caminar, no de batallar, para irme de viaje. Otra cosa que creo que no vuelvo a hacer al menos no próximamente.
Así que seguiré mientras aquí chambeando tan mona yo, mientras tomo mi café por el cual he de bajar a la cocina porque la cafetera de acá arriba -comodidades que se quedaron de cuando estaba yo de Frida Kahlo- hubo de desconectarse y moverse, hasta que dé la hora de calentar la comida....
Gajes del oficio, pues'n.
Siempre

lunes, 24 de febrero de 2014
sábado, 1 de febrero de 2014
CATALOGO DE COSAS NECESARIAS PARA EL HOGAR Y SU DESCRIPCIÓN, CON APARTADO ESPECIAL SOBRE LA MANERA DE ADQUIRIRLAS
Para formar un hogar se requiere de muchas
cosas, lo primero es conseguir el marido. El marido es una cosa que nos pasamos
toda la vida civilizando, pero al que queremos más cuando se porta como un
bestia. Un buen marido es dificilísimo de conseguir pero, si se encuentra tal
garbanzo de a libra, debe cuidarse y no sobre explotarse, a riesgo de perderlo
o matarlo a punta de corajes como suele pasar hasta en las mejores familias.
Luego, hay que hacerse de una casa. La casa es
una cosa que queremos cada vez más grande, con más piezas, muebles y jardines,
pero que cuando se nos ocurre limpiarla deseamos ver más pequeña: sin
escaleras, con un sólo baño y cuarenta metros cuadrados de superficie total.
Vendrán, si Dios nos da licencia (o carné si
vivimos en España), los niños que, por el contrario, son unas cosas que crecen
cuando no queremos que lo hagan, y que, cuando queremos que se porten como
mayores, vuelven al estado fetal para ser doscientos por ciento dependientes.
Para llenar la casa y hacer la vida diaria agradable y
práctica se necesitan más cosas. Los muebles, por ejemplo, son unos objetos más
o menos grandes que se llenan de otras cosas porque tienen puertitas, gavetas y
entrepaños y que, entre más espacio de almacenamiento tienen más retacamos,
hasta que no nos cabe más y compramos más muebles o una casa más grande.
También llevan más cosas encima: adornillos, polveras, jarrones, fotos,
carpetas y demás parafernalia para sacudir y lavar.
Los tapetes y alfombras son unos trapotes gruesos cuya
principal función es guardar polvo para poder aspirarlo después o exacerbar la
alergia del niño para darnos pretexto de negarle el permiso de ir a la fiesta.
Las cortinas tienen igual función pero además sirven para aislarnos del mundo
exterior y salvaguardar nuestra vista de la vecina con su bata capitonada con
finos decorados de yema de huevo y chorizo y sus tubos de plástico de la Casa
Barba, o del guapo vecino que luce su abotagado abdomen mientras se rasca,
cerveza en mano, llevando puestos unos bóxers más aguados que su papada.
Los electrodomésticos no deben faltar en el hogar
feliz: el refrigerador, por ejemplo, es un clóset que enfría la comida para que
podamos darnos el gusto de calentarla para la merienda. El horno de microondas
es un habitáculo en el que no debe meterse gatos ni pajaritos, so pena de
llamarnos nazis, y mucho menos tenis a secar so pena de que se derritan como
los del hijo de mi amiga Lulú. Es mejor usarlo para calentar la merienda
habiéndola sacado del refrigerador. La aspiradora es una especie de escoba
eléctrica que las sirvientas odian y que usamos nosotras los domingos para
limpiar la casa de ramitas de escoba de mijo que dejan regada y pegada en los
tapetes, y las telarañas que no ven debido a una extraña costumbre ancestral
que impide voltear para arriba y no deja ver la mugre de encima del
refrigerador, de la campana de a estufa o las lámparas. Tiene este aparato la
enorme ventaja de hacer ruido tal que no oye una el teléfono cuando llama la
suegra.
La licuadora es
un eficientísimo adminículo que hace salsas, sopas, papillas, purés y gazpachos
en menos de lo que canta un gallo; lo malo es cuando la gente cree que la hemos
usado para peinarnos. También hace un ruido capaz de entrenarnos para cuando
volvamos a ir a las discotecas, destripando no solamente tomates y cebollas,
sino también el lema que cuelga de la puerta: “hogar, dulce hogar”
Pero una máquina que indiscutiblemente da muchísimo
servicio es la lavadora. La lavadora es un artefacto al que hay que echar la
ropa para que se paseé luego de que una
ha tallado puños, cuellos y rodillas, que nos rompe la ropa para que tengamos
qué hacer en el costurero y que la jalonea para que tengamos pretexto para
comprarnos más vestimentas. Se trata de una cosa que hay que vigilar
recelosamente o corremos el riesgo de morir ahogadas en una inundación de
lavandería, o aplastadas cuando decide caminar hacia nosotras en cadente pasito
tun tun.
La ropa, por cierto, es un conjunto de trapos más o
menos coordinados que varía según temporada y que cuando ya no nos queda nos
negamos a tirar en la esperanza de que nos vuelva a entrar y que, si nos queda
guanga, la guardamos por el gusto de ver que se nos cae. De todas maneras no
nos la ponemos toda y le damos vuelta a algunas prendas todo el año. Todo esto
se guarda en el clóset, en que van también los zapatos.
Los zapatos son unas cosas van en los pies y
que parecen cómodas al probárselas en la tienda pero al caminar tres metros en
la calle aprietan y marcan los pies, sacan callos, ampollas y juanetes,
volviéndose instrumentos de tortura que van a parar al clóset junto con la ropa
guanga y la que ya no nos entra, regresando nosotras a nuestras adoradas
chanclas viejas, si no cometimos el sacrilegio de tirarlas. Si son muy altos
sirven como entrenamiento circense y para entorpecernos en caso de persecución;
si son muy bajos nos veremos fodongonas y chaparras; si son blancos harán la
pata lucir más grande y si son blancos y sin tacón nos dan un look de enfermera
que resulta muy profesional.
Las bolsas, que también van en el clóset, son
unas cosas que compramos con dinero para meterles dinero y que duran más que el
dinero que les metemos. Cuando no tenemos dinero, aún así usamos bolsa para
guardar cosméticos, cigarros, monedero, cartera, dulces, klínex, kotex, tampax,
alguna medicina, juguetes de los niños, agenda, teléfono celular, un libro por
si hay que esperar un rato, pluma, lápiz, diúrex, el último CD de nuestro
cantante favorito, tarjetas de presentación, de crédito, débito y más. El
clóset y las bolsas, como se ve, son expandibles.
Los cosméticos son unas pinturas y menjunjes
con poderes mágicos que compramos para vernos más hermosas y más jóvenes pero
que cuando nos las embarramos nos desencantamos y cuando nos las quitamos nos
asustamos; algunas hasta despellejan. Para ir a adquirir todas estas nécessités es buenísimo contar con dinero en abundante cantidad y de preferencia
con un coche.
El dinero viene en varias presentaciones. La
morralla o sencillo, que hace mucho bulto y resulta pesada, por eso también
están los billetes, representaciones en papel de las monedas. Se usan también
los cheques, en el mismo material, y el pago en plástico, que es indoloro al
momento de comprar pero muy punzante a la hora de pagar. El dinero es un buen
invento porque se puede cambiar por cualquiera de las cosas y servicios
necesarios para el hogar, resultando muy difícil hacer trueque entre ellos: las
tiendas aún no aceptan zapatos usados a cambio de suéteres nuevos ni lavadoras
descacharradas como abono de televisores, amén del problema que representaría
cargar con estos objetos a las tiendas y del descomunal tamaño que los
monederos tendrían.
El coche es una cosa que nos saca muchas
renegadas igual que un hijo y al que hay que mantener como si fuera un hijo,
con la ventaja de que si nos harta podemos cambiarlo por otro e incluso
quedarnos sin ninguno. Otro punto a favor del coche es que es más fácil hallar
donde dejarlo, aun en las grandes ciudades, que encontrar dónde o con quién
dejar a los niños, sobre todo si de salir de noche se trata. A veces el coche
lo maneja otra persona, lo cual, si no se tiene chofer, nos lleva de vuelta al marido.
De manera que el marido es el primer artículo necesario del hogar.
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