Siempre

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martes, 14 de enero de 2014

Reflexión de enero

He ahí a nuestra singular heroína o sea yo, debatiéndose en una de sus ya conocidísimas batallas. Vela pasar la gente y salúdale con especial deferencia y atención. Pero ella no ve más allá de sus narices porque ha decidido, en un desafío anacorético a la humanidad, ver el mundo a través de ojos entrecerrados,  para encontrar la fuente de la eterna inspiración.
Al ver la expresión que su rostro adquirió, algunos se preguntaban si habría contraído peligrosa infección oftálmica; otros si estaba perdiendo la vista y esto le hacía fruncir la cara. No faltaron los que, algo más aventurados, olfateaban el aire en busca de alguna pestilencia que la estuviera forzando a hacer esas extrañas visiones. Pero ella seguía impertérrita, como su padre le había aconsejado hacía muchos años que actuara cuando no tenía una idea de lo que estaba haciendo de manera que los demás pensaran que actuaba con gran sabiduría.
Trataba a los demás con displicencia, unas veces como obviándolos y otras sin siquiera verlos, lo que le hizo tropezar en varias ocasiones con sendos cuerpos humanos que se atravesaron en su bien trazado camino hacia lo desconocido. Caminaba como esos perros que saben perfectamente a donde van, y que, si les llama uno, voltean la cara sin dejar de avanzar rápida y directamente hacia su objetivo. Esto despertaba la más acuciosa curiosidad en las gentes, que estaban seguras de que sabía a donde dirigía sus decididos pasos. Así, a varias personas les dio por seguirla hasta que ella se cansó y, sin darse cuenta de que detrás venía una turba humana, sentose en la mesilla de un café que ofrecía sus servicios al transeúnte y se dispuso a observar a su alrededor.
Volteaba la vista hacia un árbol que estaba enfrente y le miraba como si fuera la única cosa en el mundo entero. Por varios minutos le observó, entrecerrando los ojos, hasta que el árbol se convirtió en su vista en una informe masa verde. Algunos de sus seguidores habíanse esparcido ya, y los pocos que se quedaron por no tener nada qué hacer seguían mirando el árbol como si de gran maravilla se tratara, codeándose entre ellos con caras de interrogación. Volteó la apretada vista hacia una menesterosa mujer que, cargando un infante chamagoso y jiotoso, alargaba la mano hacia ella con lastimera mirada. Depositó unas monedas que sacó de su talega en la sucia extremidad y entonces quedose quieta. Una sonrisa extraña llenó su rostro de emoción, tomando una expresión como de santo iluminado. Pagó el café, se levantó y, ya sin fruncir los ojos volvió lo andado con parsimonia y tranquilidad. Entró a su morada sin despedirse de quienes tan atenta y curiosamente la seguían para dejarles en la acera con un palmo de narices que tuvo cuidado de no pellizcar con la verja de metal.
Sentose, aún con la faz que resplandecía de armonía, para escribir esta gran sabiduría que descubrió arrugando la cara y viendo el mundo a través de ojos medio cerrados que no aprecian sino lo superficial. ¡Cómo no Lili, que ve tan mal, había desentrañado tan profundo misterio de la vida!:
“El mundo es, lo miremos como lo miremos, siempre la misma mierda”
Tomó lo escrito y lo analizó, pensó en ello durante dos minutos con veinticinco segundos, y en una veleidosa decisión le cogió disgusto. Con pesadumbre, empuñó sus llaves y salió de nuevo al día gris, frío y húmedo que había afuera. Caminó en otra dirección esta vez, de nuevo con los ojos que ahora llamó medio abiertos en lugar de medio cerrados en un esfuerzo por ser optimista, y hubo de esperar unos minutos para atravesar una calzada que corría por ahí. Vio a través del río de coches que pasaba, colocando su vista en la acera de enfrente, truco que sirve para no marearse en las grandes ciudades y que evita muchos sustos al ver las caras tan antiestéticas de los conductores de los automóviles que raudos circulan. Recordó con nostalgia al Negro, el perrote que cruzaba las calles viendo hacia donde iba y sin jamás voltear a ver el tráfico, salvándose muchas veces por milímetros de morir atropellado por algún desenfrenado carruaje y dando mucho trabajo a su ángel de la guarda. Entonces dio media vuelta, anduvo, volvió a entrar a su casa, a sentarse y a escribir:
“Si ves los obstáculos, es que has perdido de vista el objetivo”
Este pensamiento, como ya lo había tenido alguna vez, no le satisfizo por completo y, un tanto cuanto exasperada, dirigió sus pasos a la vía pública por tercera vez. Encaminose cariaceda hacia el parque cercano, y sentose en la primera banca que vio para pararse inmediatamente echando pestes: habíase sentado sobre inmunda plasta de extraña materia pegajosa que en el acto se aglutinó a su ropa. La desesperación aumentaba y a ella sumose la indignación de verse entarquinada de tal manera. Con este estado de ánimo avanzó hacia la siguiente banca y se sentó, no sin antes haber examinado minuciosamente el asiento. Ahí volvió a hacer el ejercicio espiritual de entrecerrar los ojos y tratar de ver el mundo a través del rimel que teñía sus pestañas.
Volteó acá y allá, siguió con la vista fruncida a una octogenaria que caminaba hacia la fuentecilla que  trataba en vano de alegrar el día. Como la viejecita caminaba despacio el ejercicio duró bastante alcanzando a respirar varias veces y a tranquilizarse el espíritu. Un vendedor de dulces pasó a su lado tratando de tentarla con su mercancía pero nuestra protagonista en un denodado acto de estoicismo dietético propio de enero, no volteó a ver las golosinas sino al vendedor, quien mejor se alejó a rápido paso al interpretar los ojos apretados como una mirada  llena de odio.
 Volviose ella a sentir desasosegada al ver que nada acudía a su mente, cuando, aun con los ojos estrujados y que ya daban qué hablar entre las viejas chismosas que acudían a cuanto rosario y función había en la iglesia del parque y que la veían veladamente tapándose la cara con el rebozo unas, con la hojita parroquial otras, reparó en la torre de la pequeña y adusta construcción colonial. Era una torre sencilla, sin pretensiones, blanqueada a fuerza de siglos de caliche, y la siguió con la vista apretujada hacia abajo. El blanco de sus muros contrastaba contra el gris plomizo del cielo que estaba decidido a estropear el día en cualquier momento con un chaparrón. Más abajo, el techo de la nave del templo, que recordaba más una ermita que una iglesia, era de rojos ladrillos. Donde terminaban los ladrillos sobresalían vigas de madera que sostenían la techumbre quién sabe desde cuando y un poco más abajo había unos ventanucos con sencillísmos vitrales sin más diseño que el tener unos cuadros de colores sepia, mostaza y naranja. La puerta del templo, que lleva el poco pretencioso nombre del Señor del Buen Despacho, ahora cerrada, evitó que su mirada recorriese el interior, pero sus ojos enjutados tuvieron una extraña visión estereoscópica y en technicolor en la cual estaba abierta: ella, muy joven y dando el brazo a su padre, descendía de un automóvil vestida de novia y entraba por el corto pasillo de la nave. Pensó en su progenitor, en sus palabras de ese día, en su flamantísimo y mancebo esposo esperándola; se rió sola para regocijo de las viejas chismosas y embozadas que no dejaban de mirarla con inquietud, al recordar aquel día soleado de abril.
Entonces volviose a su casa casi corriendo, con los ojos abiertos como monigote de caricatura japonesa, dejando a las viejas persignándose y escribió inmediatamente:

“La vida es, no importa cómo la miremos, una sucesión de momentos maravillosos que vale la pena recordar escribiéndolos antes de que se nos olviden del todo”

7 comentarios:

Rosi Acosta dijo...

La vida es,si así decidimos mirarla, una sucesión de momentos maravillosos,mi querida Lore, especialmente si los vemos con los ojos del corazón!

Fred dijo...

Caramba, Lili (¿la diablesa Lili?) llevando tras de sí a una multitud de ociosos ratoncitos tlascaltecas, zapotecas, tenochtitlaneros..., como si fuese el flautista de Hamelin.
Pos sí que al final se nos ablandó la dura, la escéptica, la displicente Lili. Y todo porque se le enternecieron los menudillos recordando el día de su boda... Lili resultó que es una mujer bien convencional y les gustan los happy ends hollywoodienses.
Pos mire, mi reina Lili, la vida nos ni una caquita ni una retahila de momentos maravillosos; es un periplo cuajadito de trampas y con víboras acechando entre la hojarasca. Si fuéramos a juzgar por los espasmos amatorios, por la embriaguez de los sentidos subsiguiente; si bebiésemos siempre el tequila en la boquita de una linda (o de un lindo) la cosa iba a ser bien llevadera. Pero -ay, mis cuates- casi todo lo demás -salvo buena parte de todo ello- es mero crujir de dientes y acumulación de facturas.
Y el corazón no tiene ojos, estos están más arriba alineados con las orejas.
Salú.

Anónimo dijo...

De acuerdo a mi último estudio cardio-torácico y esternoideo, mi corazón sí tiene ojos, y no son ojos de pescado que conse.
Dices Lili y me viene la imagen de mi hermana perseguida por una horda de concheros tocando sus tepónaztles y con semillas como cascabeles en los tobillos. Muero de risa, mi hermana pegando de gritos ajajjaja
Estuve con mi tía Guille, de 92 años, en Guadalajara. Le pedía yo que no se asombre si mi madre le llama dos veces el mismo día y le dice que hace mucho no sabía de ella, porque a mi madre se le va la onda (corta y larga). Mi tía me dijo que a ella no se le olvida nada, desgraciadamente, porque hay recuerdos muy gachos que quisiera olvidar. Tal vez sea que yo los olvido apenas sucedidos y me fijo en los bonitos?
¿Si tengo ojos en el corazón, no iré a tener juanetes en el hígado? ay mi Fred! qué dudas me inclulcas!!
salusita de la buena
Lore

Fred dijo...

Lo de los ojos lo decía por el escrito de tu amiga Rosi, Lorena. Me consta que vos tienes un par de ojos negros como una noche de eclipse lunar en Babilonia: tenés ojos bíblicos, doña Lore.
Y en cuanto a su corazón..., no quiero ser indiscreto pero el Dr. Gastón Froid-Chaud viene rumiando -de un tiempo a esta parte- curiosas especulaciones y tesis no sé si extravagantes que la colocan a usted, doña Lore, en el epicentro de un tornado, en el ombligo de una borrasca, el el sumidero de una bañera del tipo de "Psycho", que augura -según él- un corrimiento de las placa tectónica del Caribe, con movimientos sísmicos y desgarro de la corteza continental, Mar de Cortés arriba, fisurando incluso una parte del sur de la Alta California.
Como yo lo mirara perplejo, sin entender nada, y sin atreverme sin embargo a pedirle explicación (porque ya sabe usted que el doc se hace temer por sus respuestas airadas y sus desplantes), me miró con cierto despreció y me espetó que estaba yo cada vez más duro de entendederas y que ya había desistido en hacerme partícipe de sus saberes. Pero al flemático Charrasqueado no le hace objeto de sus cólera y siempre sale sano y salvo de sus andanadas dialécticas. Claro, el hombretón este no abre nunca la boca, se limita a sonreír por una de las comisuras de la boca..., por aquella que no alcanza a ver Froid-Chaud, que está del otro lado. El otro día le pregunté que si había entendido algo del diagnóstico loreniano. Me contestó que pscheeee... Se ve que el único que no se entera soy yo. Y si a caso usted, doña Lore.
Beso.

Anónimo dijo...

Hola Lore. Yo me atrevería a diagnosticarte pero sé que preferirías que lo hiciera el dr House, o sea Goyo Casa. No creo que tu organismo tenga relación con las placas tectónicas pero por si las dudas no vayas a estornudar muy fuerte.
Trabajo hasta las siete, me exprimen, pero peor es no tener dinero ni para cigarros verdad?
Besos de Pau
PS saludos Fred

Fred dijo...

Hola, Pau, me alegra mucho saber de ti. Así que trabajas mucho... ¿Puedo saber algo de a qué dedicas tu tiempo libre?
Un beso, Pau.

Anónimo dijo...

Pues mucho no, pero tengo que estar las horas en el trabajo atendiendo a la clientela. No he terminado la carrera por puro fodonga y vaga, la verdad sea dicha. Verdad Lore?
Y en mis ratos libres pues me voy a echar alguna chela con mis cuates, ya ni escribo, que así conocí a Lorena. Debería hacer más cosas, ser creativa....
Pau :/