Siempre

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viernes, 24 de febrero de 2012

La puerta falsa

Está una, que es tan mona, dándole duro a la traducidera, y no faltan interrupciones:
¡Pam!, suena un golpazo tremendo. ¡Ay! -digo yo-, ¿qué pasó? Nada -me responde una voz que siempre dice que nada ha pasado aunque explote un tanque-, se me cayó la puerta. ¿Cuál puerta? -asombrada pregunto. La única que tengo, la de mi cuarto. Inmediatamente me levanto a ver tal prodigio. En efecto, la puerta de su recámara está tirada y mi hijo Manolo sostiene en sus peludas manotas unos fierritos muy lindos como de latón que son las articulaciones del marco. Ese es el tipo de cosas que acontecen en esta casa de chuchos y loros. Menos mal en eso llegó Diego con un amiguito de su tamañote y entre los tres montaron de nuevo la puerta en su sitio, porque para hacer fuerzas no estoy.
O está una, que es tan dormilona, a media noche roncando a pierna suelta cuando algo aplasta su cabeza. Me despierto para ver un par de ojos que miran los míos a tres centímetros de distancia y una lengüita que sale y chupa mi nariz. El bulto peludo empuja mi cabeza y se acuesta a dormir encima de mi pelo y por ende de mi almohada arrullándome con su rrrr rrrrr. Claro que esos ratitos en los que una se despierta entre la noche son muy útiles para planear los quehaceres y ahí está una pensando: mañana iré al banco, checaré mi saldo y calcularé para cuándo tengo que pagar la escrituración; pasaré al mercado a comprar hígados de perro... digo hígados de pollo para la Chicha que ya casi no tiene dientes; a la papelería a buscarle un calendario con espacio para anotaciones a mi mamá... acabaré el trabajo uno y comenzaré el dos.
Como en esta casa también padecemos de problemas de identidad (Concho, el loro, cree que es una señora cursi), le digo al marido que no llame gato a Pachita, porque Chika, que es perro, cree que ese gato es un perrito que le compramos para jugar. Lo peor es que Chicha, la salchicha, cree que la gata es una rata, pero la gata cree a su vez que Chicha es una rata. Por eso más nos vale que nunca se encuentren, porque las escenas de cacería mutua suelen ser muy sangrientas.
Y entre ronroneos y ladridos me duermo y sueño que el notario que se escapó con la del banco niega un pedido de medicamentos porque tienen caducidad próxima y que yo me tengo que tomar todas las cápsulas antes de que expiren pero como a mi mamá se le había olvidado tomar las suyas le doy la mitad de la montaña de píldoras que me espera. ¿Qué pintaría Dalí ante esta manifestación onírica?
Sabiduría y consejo gratis (dos por uno): El pasto no es siempre más verde del otro lado de la barda. hay que trepar la barda y asomarse bien para no alterar la visión con el paralaje o las sombras.
Disfrutando mi casa sola (sin humanos, quiero decir)



jueves, 9 de febrero de 2012

El pollero atómico

Ayer salí a varias diligencias de trabajo y al café a ahorrarme el psiquiatra con Tere, y de regreso pasé a la Comercial. Era tarde, jamás voy a esas horas al súper, y la tienda estaba de bote en bote por ser su miércoles de plaza. había gente esperando carrito y yo di media vuelta y me fui. ¿A dónde iré que no haya tanta gente? -me preguntaba- WalMart debe estar igual. Decidí ir al mugre Soriana al que nadie va por naco y hediondo y que mal que bien me quedaba de pasada al volver a mi pueblo. Pues resulta que me fue bien, estaba vacío de viejas y compré algo que hace mil años no veía y que a mi papá le gustaba mucho: unos pescaditos con piquito llamados pajaritos que se fríen como boquerones.
Había oferta de pollos enteros y, como en esta casa de chuchos, loros y gatos hay clientes para todo, mollejas y patas incluidas, pedí uno. El amable joven autóctono que los despachaba lo pesó, me preguntó si lo quería en piezas y le dije que sí. Comenzó por despegar la piel en la parte alta de la pechuga y de ahí se siguió sacando todo el pellejo entero, hasta las piernas donde iban las patitas, como si de un mameluco se tratara, de una sola pieza. Yo, sorprendida ante tal destreza quirúrgica que no veía desde que estaba en el Servicio Fornse, le alabé su técnica y deseé haber tenido mi cámara para filmar el acto. Dudo que los sacerdotes aztecas desollaran a sus víctimas-lunch con tal habilidad. Con mis alabanzas el muchacho se voló y partió el pollo con presunción y haciendo alarde de su manejo de la tijera pollera. He de reconocerlo, me apantalló.
Mi marido pela las truchas así, pero una trucha es un bicho más parejo, no tiene tantas irregularidades en su anatomía como un pollo gordo, y así se lo dije cuando le conté y como no quiso ser menos me mencionó que él despelleja esos peces como quien quita un calcetín. Sí, pero no es lo mismo calcetín que mameluco, si no, preguntar a las que tejen ropita para sus nietos.
Y decidí pensar, en mis ratos libres, en cosas como la morfología del pavo y del solomillo en lugar de sumar y restar dinero (más lo segundo que lo primero), que lo único que saco es insomnio y cefaleas surtidas además de tener pesadillas en las cuales la señorita del banco se va con el notario de luna de miel a mis expensas y se ríen de mí.
Y la pobre Pachita-Sushi, que maúlla por toda la casa lastimeramente llamando a Silvestre, a Don Gato, a Tom, a Cucho o a Demóstenes. De plano meto a Chika a jugar con ella un rato para que se distraiga de su ninfomanía juvenil, apenas tiene siete meses. Corren escalera abajo, escalera arriba en un alterne perro-gato-gato-perro que da gusto, hasta que Chika encuentra la comida de Pachita-Sushi y se la traga. Ella no se enoja, es muy generosa, no como Chicha que no sólo no convida sino que gruñe, y se quiere comer a la gatita porque para ella todo animal es rata hasta que no demuestre lo contrario.
Y gracias a San Cochado me mandaron trabajo y así me salvé de caer en las baratas de enero para no morir. Además tuve que estar saliendo y ojos que no ven, corazón que no siente. Se salvó mi bolsillo y mi conciencia, que se ha de arrepentir una de gastar en tarugadas y nimiedades sólo porque están rebajadas. Y luego que ponen pura ropa de invierno que en un mes va al fondo del ropero.
Y gracias a Santa María la Ribera algo de razón parece entrar por la ventana, espero.
Sabiduría de la quincena: Todo cae por su propio peso, hasta la caca.
Seguiremos al pie del cañón. Yo creo que nací en un nido pero de ametralladoras.