Siempre

lunes, 26 de marzo de 2012
La gárgola y el terremoto
martes, 13 de marzo de 2012
Intolerancia e Iglesia
Veía yo, que soy tan enterada, datos sobre feminicidios y violencia de género; hablaban de tipificar el feminicidio como un delito (sic) y endurecer las penas a él aplicables. El término, en sí, me choca. ¿Personicidio? ¿Asesinato y añadir de fulano, de un anciano, de una mujer? Se usan las palabras magnicidio, parricidio, matricidio, genocidio, para con la sola palabra saber otro dato sobre la víctima del asesinato. Asesinato es igual como delito independientemente del género de la víctima. Si me mata un hombre, será feminicidio, pero si yo mujer mato a otra, ¿cómo le llamarían ustedes?
¿Será que siempre se utilizaba el término homicidio y las feministas pusieron el grito en el cielo por su raíz homo? ¡Eso se refiere a matar a un hombre! –exclamaron indignadas-, ¡y a nosotras que nos den morcillas! Así, para no ofender a grupos susceptibles, o sensibles, que no son ya minorías sino mayorías aplastantes, hemos de ir cambiando nuestro léxico y usar un montón de eufemismos que es una bronca aprenderse. Hay que dar de maromas lingüísticas para no ofender, para parecer “tolerantes” y muy modernos. Lo “in” es ser tolerante.
Así que callemos nuestras opiniones, cubramos nuestros disgustos (lo contrario de gustos, no enojos propiamente). Ya no se necesita ser radicalote ni pertenecer a grupos que discriminan, persiguen o agraden a otros grupos humanos; basta con expresar un pequeño desacuerdo o meter la patota y usar el nombre equivocado o de hace diez, veinte, treinta o, dios no lo quiera, más años. Porque la tolerancia, ojo, no es para todos, se la han adueñado los dictadores de modismos.
Pero como es patrimonio de esas ahora mayorías, las nuevas minorías, mientras no nos demos cuenta de que ahora lo somos, no podemos pedir tolerancia y somos discriminados. Si agredo a los que considero intolerantes, ¿no estoy siéndolo yo? He dicho.
Lo malo de la semana: Sushi Pachita María del Fungli, o sea mi gatita, está muy mala. La hubieron de operar de piometra a sus tiernos ocho meses. Ya hoy me lamió, ronroneó un poquito y trató de lamerse el rabo, pero no ha comido sino un caldito que le he metido a fuerza con una jeringa, ni ha meado más que ayer que llegó a casa.
Lo chistoso de la semana: Hoy fui con mi hijo mayor a la Parroquia de San Juan Bautista, que es la que le toca, a llenar unos cuestionarios. ¡Dónde iba dejar ir solo a mi hijo con un cura por muchos años que tenga (mi hijo, el cura no sé)! De todas maneras tenía que ir en plan madre y testigo, y bien que atestigüé que dijo que a veces no iba a misa los domingos por su trabajo. Conste que me porté bien y no me dio acceso de tos ni de risa al oír eso. Vaya, mi hijo trabaja desde que nació y yo sin darme cuenta. A mí no me preguntó si cumplía con los preceptos de la iglesia, menos mal. Bueno, llenó sus formularios, llenó el bolsillo del padrecito que cobró sus quinientos pesotes por firmar un papelote que yo hube de leer y llenar porque él no traía sus gafas; nos reímos de un trabajador que salió de la oficina parroquial con su cachucha que decía “brujería” en letras góticas sobre negro, y regresamos andando a volver a cuidar gatita operada.