Siempre

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miércoles, 27 de febrero de 2013

Resucitaciones

¡Vaya rachita que llevo! Esto parece granja de Bachoco. Primero se me muere mi periquito y ahora la Chicha, la perrita salchicha a la que estábamos más que acostumbrados por tantos años que vivió con nosotros.
Cuando llegó tenía sus tres meses. Venía enferma de algo respiratorio e hipotérmica. Aún así la tuve que bañar porque estaba llena de pulgas que, aunque Pinina le había quitado muchas, caminaban entre sus cortos pelos color alazán tostado alegremente y no pensaba yo infestar a mis hijos, marido y perico. Por la mañana la llevé a la veterinaria y me dijo: "esta perrita está clinicamente muerta, su temperatura es de treinta y cinco grados, la pongo en una incubadora". Decidí ponerla yo, en mi casa. Con la cobija eléctrica le hice un nido junto a mi cama y le daba cada hora un gotero con un suero. Ella ni se movía. Cuando amaneció el gotero seguía siendo cada hora pero le agregaba un alimento diluido. A veces pegaba mi nariz a la suya para comprobar que respiraba. A los tres días no estaba en su lugar: había ido por sus propias patas a mi baño a beber agua del charquito de la ducha. Esa fue la primera vez que resucitó.
Parió seis perritos igualitos a ella y tras el parto se puso flaca como esqueleto rumbero. Me daba miedo porque entre sus gracias también tenía la de que su madre no la amamantó y no se calcificaron bien sus huesos de pequeña. Después de que la pobre parecía tortuga ya que, dado lo corto de sus patas la panza le creció para los lados y aún así arrastraba las mamas, se enflaqueció como esos perros pobres que ve uno a veces y se pregunta cómo se pueden mantener en pie. Era una radiografía ambulante. Entonces la retaqué de atole y su comida ultravitaminada para que engordara y siguiera criando a sus latosos. Esa fue su segunda resucitación.
Un veterinario méndigo le administró unos antiinflamatorios de esos que son para humanos y que a los perros les hacen mucho daño. Ella vomitaba y evacuaba lo mismo: sangre. Volvió a ponerse esquelética, inanimada y seca. La llevé con el doctor charrito de la calle Moras y la tuve en cuidados digestivos más sus consabidos atoles hasta que volvió a su peso. Esa fue su tercera vuelta a la vida.
Como en el nombre llevaba la maldición, Chicha desarrolló un tumor en una ídem. De por sí tenía cinco de un lado y cuatro del otro. La bola creció, creció, hasta que notamos que ya le dolía. ya tenía sus trece años. Consultamos al doctor charrito quien opinó que sí aguantaba la cirugía. La recogimos al día siguiente con su campanota de esas que llaman cuello isabelino que le daba un aire como de luchador exótico. El cuello de plástico era adecuado a su tamaño, pero no tomaron en cuenta el largo de su hocico y ella se arrancó los puntos durante la noche, con todo y que estaba desganada, sin apetito -cosa inaudita en ella-, y echada. Vuelta a cirugía, collar nuevo talla doberman. Cuando comenzó a caminar tenía que hacerlo viendo al cielo para no tropezarse con aquella cosa que arrastraba de tan pesada y que no la dejaba entrar a su casita Geo. Así fue su cuarta resucitada.
Conste que no estoy contando unas tres veces que tuvo ataques de reumatismo que le dejaban mal caminando y de los que la recuperábamos con medicamentos y cuidándola del frío. Ni el nuevo tumor que se le desarrolló en otra mama, tipo chipotoma maligno y que ya no pensábamos operar por su edad. Ni de varias diarreas y vomitaderas que le dieron.
A sus catorce años y medio, el sábado amaneció arrastrándose de la cintura hacia atrás. Sus patas traseras, colgadas hacia un lado, no respondían, no se movían, estaban colgadas nada más. La llevamos al veterinario, ya no al charrito sino a una clínica donde está una chica que operó a Pachita de su piometra. No tenía remedio, su columna de había roto en la noche, estaba desconectada. El dolor iría in-crescendo y jamás recuperaría sus funciones. La dormimos ahí mismo.
Esta vez Chicha no resucitó.



12 comentarios:

Fred dijo...

Todo eso por Chicha: ¿qué deja para quienes la amamos, señora?

Anónimo dijo...

Uy, para los que me aman, y para los que amo, no hay más epitafio que un beso, un hueco en el corazón. Esos los lleva uno tan adentro que cuando faltan físicamente se fabrica uno historias con retazos de cuentos, cosiéndolos uno a uno como en patch-work, e intentando usar los mejores, los más fuertes, los más coloridos.
Que no sólo he perdido chuchos y loros; mi inventario de pérdidas no es muy largo pero sí muy muy grande. Muy joven yo, y muy joven él, perdí mi techo, mi suelo, mi apoyo. Nunca he podido llenar el hueco con el patch-work, y sé que no lo lograré, sólo queda intentarlo. Por no llorar.
Lorena
(Gracias)

Fred, arquitecto diletante dijo...

Lo que importa es que la catedral avance hacia las alturas, Lorena: si un muro cae por tierra ("Los pilares de la tierra", Ken Follet), levantemos otro nuevo. Hasta las bóvedas pueden caerse abajo. Como las hormigas a quienes destruyen el castillo y que se ponen inmediatamente a aportar materiales y a reconstruir las galerías cegadas, hay que emplearse a fondo en la restauración propia. Rápido.
A veces, tras extenuarse en sacar adelante un proyecto fallido, el arquitecto -como en el relato de K. Follet- abandona la empresa y emprende otra desde unos presupuestos técnicos distintos: como los que median entre una catedral románica y otra gótica.
Hay que procurar que el derrumbe no nos sepulte entre cascotes, es lo que importa sobre cualquier otra cosa.
Somos arquitectos de nuestra vivencia y hemos de estar en perpetua proceso de construcción-deconstrucción. En eso se nos va la existencia. Fíjate que yo he intentado construir una catedral invertida, con la aguja de latorre mayor hincada en tierra... Me refiero a una fantasía que escribí. He llegado a descubrir en ella una intencionalidad subconsciente que voy a guardarme de decir.
Además, siempre nos quedará la Literatura, Lore. Casi es lo único que importa.

Besos.

Anónimo dijo...

Gran verdad, Arquiterco, gran verdad :P
Con costura o con material de construcción, remendarnos o repellarnos.
Y a ciertas edades no coger la vía de la amargura sino la de la sabiduría. Pero aún así, tal vez para la próxima vida seremos tontos y felices ¿no?
Digo yo, constructor de catedrales imposibles y freudianas.
Besos, Lorena

Fred (La catedral invertida) dijo...

El Arquitecto salió desolado del aula regia: el Rey Loco le había encargado construir una catedral. Pero no una catedral cualquiera, pues habría de erigirse al revés, con la punta de la esbelta torre hincada en tierra.

No iba a ser para mayor gloria del Altísimo, no. Quería el visionario monarca que tal construcción fuese un exponente de lo que el hombre puede lograr si media la voluntad: DE QUE EL INGENIO DEL HOMBRE TODO LO PUEDE.

Fue puesto en pie de guerra un ejército de peones, canteros, albañiles, carpinteros, herreros, campesinos con sus bueyes, maestros de obras…Y un buen día, arrancó el portentoso empeño abriendo en la tierra un profundo hoyo en el que depositaron una piedra cúbica, que marcaba el inicio de la estilizada aguja catedralicia.

Poco a poco, la pirámide de piedra tallada a la manera del gótico imperante fue ascendiendo mientras abría su base y el equilibrio se mantenía estable. El acarreo de materiales y el frenesí que pareció apoderarse de todos hizo que en menos de siete años la construcción alcanzara sus buenos quince metros de altura.

Pero cierta mañana de invierno, cuando las primeras cuadrillas de canteros se acercaron somnolientas a la construcción -que permanecía aún velada por la oscuridad-, observaron con espanto que aquel prodigio de piedra se había ladeado irremediablemente, quizá por reblandecerse el suelo con las copiosas lluvias invernales.

Sobrecogido el Arquitecto, corrió presuroso a comunicar tal desastre al Rey Loco, persuadido de que aquello iba a poner fin a la pesadilla que vivía desde que el excéntrico monarca le había encomendado tal dislate.

Poco duró aquella esperanza suya porque el nuevo faraón, lejos de arredrarse por el revés, montó en cólera y amenazó a todo aquel que osara tratar de disuadirle de perseverar en el grandioso proyecto, pues habría de hallarse, dijo, el remedio que acredite que el hombre, con su ingenio, es capaz de culminar cualquier empresa que acometa..

De modo que el Arquitecto mandó que se apuntalara la inclinada torre con grandes vigas y pontones que el cercano robledal proveía. Del otro lado, enormes tornos ponían en tensión cadenas y maromas que minoraban el efecto de la gravedad sobre los mástiles de madera.

Y a partir de allí, la torre iba a crecer fatalmente inclinada.

Pasaron los años y en medio de un bosque de puntales cada vez más altos traídos de lejanas tierras -desde cedros del Líbano a altísimos pinos boreales-, la catedral proseguía su lenta ascensión a las alturas, inclinada y bella.

Y aconteció la muerte del Rey Loco. Y su sucesor en el trono sintiose obligado a continuar la asombrosa obra, como si de un mandato divino se tratara. Además, el

pueblo había asumido el entusiasmo del extinto rey y veían aquello como algo propio; algo que merecía el esfuerzo de toda la colectividad, entre perpleja y entusiasmada.

Pocos años después, murió el Arquitecto. Y otro más joven , que se había hecho diestro a la sombra del ahora fallecido, reemprendíó la titánica tarea.

Y pasaron los años, las décadas,… Y desaparecieron reyes y arquitectos; hubo etapas de inactividad y escasez de recursos que demoraron la conclusión de la torre. En otras, un frenético impulso parecía embargar a todos y la magna obra crecía a ojos vistas.

Mudaron los estilos, mejoraron los materiales, se incorporaron técnicas novedosas,.. Y cincuenta y siete años después de su inicio la bella torre, ocre de piedra labrada con el primor de la época, terminó su ascenso hacia las alturas.

Pero aún faltaba lo más difícil de lograr: adosadas a la flamante torre habían de levantarse las cinco naves del templo.

Se empezó por crear allá en lo alto, al costado de la torre invertida, una amplia plataforma que volaba sobre el vacío, sustentada en un bosque de finísimas columnas pétreas que parecían brotar del suelo.

Fred dijo...

(continuación)...
Fue necesario crear una telaraña de cerchas, tirantes, pontones y poleas de nuevo ingenio. Y cuando la enorme plataforma estuvo lista, se le aplicó mortero para así disponer de un plano que recibiese el tejado. Las tejas, con su cara cóncava mirando hacia arriba, se fijaron con pernos de hierro a la nueva superficie.

Y a partir de aquello, empezaron a surgir las primorosas bóvedas de crucería y de arista, y la cúpula del crucero fue hecha antes que las pechinas que la habían de sustentar. Y fueron apareciendo los vanos del claristorio y el deslumbrante rosetón de la fachada principal. Un angosto triforio recorría las paredes altas de la nave central y los capiteles se colocaron invertidos antes que los fustes de los esbeltos haces de columnas, que ofrecían las basas a un cielo incrédulo.

Y ciento veintidós años después de que el Rey Loco iniciara la magna obra, le tocó en suerte a otro monarca de su misma dinastía asistir a la consagración de la nueva y deslumbrante seo, suspendida en el aire como por encanto.

Y no había tal milagro: los hombres habían dado a luz tal prodigio, sólo con el ímpetu de su voluntad y el destello de su inteligencia.

Y vinieron obispos y príncipes de la Iglesia de toda la Cristiandad a tan memorable ceremonia, y fueron izados a las alturas por medio de ingeniosos elevadores que situaron a la comitiva real y a los jerarcas eclesiásticos sobre la plataforma del enlosado de la Catedral Invertida.

Óculos abalaustrados permitían ver el abismo interior del templo y se podía admirar, al fondo, la filigrana nervada de las bóvedas coloreadas por efecto de la luz solar que traspasaba las vidrieras emplomadas..

Cantose un solemne Te Deum y, consagrada la catedral, fue servido un fastuoso banquete sobre la altísima plataforma, bajo un sol radiante que reverberaraba en las joyas y en las sedas de tan insignes dignatarios.

A día de hoy, la Catedral Invertida contempla impertérrita el paso de los siglos.

Anónimo dijo...

Uys qué padre!
Pau

Anónimo dijo...

Pau
Algunos tienen la necesidad de contar, de narrar, y lo hacen de manera sabrosa.
Otros tienen la necesidad de freír, de aderezar, de sazonar, y nos lo ofrecen de manera deliciosa.
A eso algunos le llaman vocación; yo le llamo virtud.
(Puedes sonrojarte, Fred)
Lorena

Fred dijo...

Ay, Lorena, que problemática es la palabra "deliciosa": quise ser galante una vez con Pau y así la denominé..., y ella, displicente, me contestó que si acaso la tomaba por galletita o pieza de repostería. Se enfadó conmigo, sospecho que porque me habrá tomado por un pijo requebrador de mozas en flor. Pobre de mi, si ella supiera cuán nobles y desinteresadas son (suelen ser) mis intenciones...
Y hablando de aderezos, sabrosuras, corazones fritos a fuego lento, canela en rama entre los dientes, espliego en el pecho y briznas de lavanda entre las sábanas..., decirte que todos tenemos nuestras analogías, nuestros modelos ideales, nuestro jardín botánico privado. Y a ti, Lorena, te visualizo -sin verte- como una lozana fruta tropical, o como una granada que dejara ver por un tajo en el costado los granos rojos, que amenazan con desgranarse -cualquier día- en un rosario carmesí incontenible.
Ya he dicho la cosas cursi de cada día. Me hacía falta, porque vengo rumiando desde el martes el mal humor y la ira contenida: unos gitanos han forzado la puerta de mi casa en el campo y han arramblado con el televisor y varias cosas de valor, entre ellas una navaja-puñal que tenía en un cajón, lo que me hace sospechar de las malas inclinaciones de los calés.
Mañana domingo, me he de poner mi Burberry blanca con hebillas (tipo Bogart), unas gafas de sol y pienso darme un garbeo por el mercadillo de trastos viejos (aquí le decimos "rastro") por si la casualidad hace que tope con alguno de los objetos robados. No pienso llevar pistola, pese al episodio de cine negro que voy a vivir.
Besos (alguno para Pau).

Carta a un amigo (ahora que viene la primavera) dijo...

Yo también tengo mi espada de Damocles pendiente de un cordel al que, cada seis meses, he de contar los hilos que le restan sin rotura. Ahora, cuando asome Abril y me saquen de una vena el veredicto, espero que me den la moratoria de otros seis y nueva prueba y, si por ventura los dioses son propicios, a esperar otro semestre, y otro, y otro..., que así viene siendo desde hace años, siempre con la esperanza de que no sea (casi) nada. Se trata de la sombra de un peligro, no de una dolencia declarada. Que ello forma parte de la vivencia de quienes, un mal día, supieron que se viene al mundo para irse. Doblado el cabo de la juventud, se agiganta la sombra de la Parca, pero habremos de enfrentarla luciendo dentadura, recogiendo las flores del camino, bebiendo en el aliento de la amada,
No es metáfora, quizá Sevilla..., aún la decisión no está tomada: dependemos del gusto de otra gente: no me importa la ruta que otros elijan, que yo siempre llevo conmigo los bártulos de un circo íntimo, secreto, estimulante, con sus enanos, Blancanieves (importa poco que el guión sea cutre o bien tramado): aquel que siempre va conmigo y en el que me solazo cuando los demás duermen el sueño inocente de los justos, ajenos a mis juegos malabares. Quiero decirte que nunca me aburro y que sé verles la cara bonita hasta a los cerdos. La vida es una gran cosa, aunque uno pase buena parte de ella cabreado. Mejor eso que depre o alelado. Digo.
Que no nos haya abandonado la gana de vivir, que "es lo que hay", como dicen ahora las mujeres... La salud es poca cosa para que nos amargue este guateque.
Salud, hermano.

Anónimo dijo...

El fantasma de una enfermedad siempre pesa más que los otros espíritus, pero no se trata de ser fuerte, ni optimista a lo tarugo, sino de tomarlo como usted. Un ejemplo, la salud es poca cosa para amargarnos el guateque.... o como digo yo, chiquito se me hace el mar para echarme un buche!
Lorena

XY (sin remedio) dijo...

Esta es la veraz carta que le he enviado a un joven amigo (poeta, artista, fino estilista de las letras) que ayer presentaba un libro suyo en una librería de Sevilla. Está enfermo y no se sabe aún de qué... Lo notaba bajo de moral y he querido hacerle llegar unas palabras que son sinceras... Y así escribo cosas que me importan y comparto.
En realidad, no veo en peligro mi salud; es cierto que me vienen preocupando unas cifras..., que lo mismo son inocuas que me pueden situar en la plataforma de despegue. Pero estoy fuerte y con con gana de combate (dialéctico, se entiende).
Lejos de mí la melancolía; si algo ha de mortificarme el cerebelo, que sea la ira, la lástima (cuánta lástima he llegado a sentir últimamente...), el desasosiego, la inconformidad, algún terror de medianoche...
Llueve, está frío en la calle, no gozo de las primeras flores de mi edén particular. No puedo permitirme el lujo de perder una primavera más.
Chao.